—¿De verdad? ¿Realmente entiendes el concepto de «límite»? —respondió Ariadna con una expresión de sorpresa.
-¡Tú!
-Me sorprende que alguien que ha recurrido a usar una serpiente venenosa para atacar a otros entienda lo que significa la palabra «límite» -dijo Ariadna con una sonrisa de satisfacción-. Lo lamento mucho, Soledad. Tendré más cuidado la próxima vez, ¿de acuerdo?
Justo cuando esta estaba a punto de explotar de rabia, de alguna manera logró leer entre líneas, entonces retrocedió unos pasos y preguntó:
-¿Lo sabías? ¿Así que fuiste tú quien puso la serpiente en mi habitación?
-Ay, cálmate. Tenía que devolverla a su sitio; es tuya, ¿no? —respondió Ariadna con una sonrisa.
Soledad abrió grande los ojos y amenazó:
—¡Ya basta! Voy a decírselo a papá.
—Claro, ve a contarle a papá lo de la serpiente. Tú fuiste la que la soltó en mi habitación primero, ¿recuerdas? — asintió Ariadna con indiferencia.
Soledad, quien estaba a punto de marcar el número de Hipólito, se quedó perpleja al instante. «Maldita sea, tiene razón. Si le contara a papá, entonces él sabría lo que le hice. No, no puedo contarle esto». Sus ojos brillaron con una rabia enorme.
-¡Vete al infierno, zorra! -Atacó a Ariadna y trató de rasguñar su rostro.
-¿Qué sucedió?
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Soledad, quien señaló a Ariadna con la otra mano y gimió:
—¡Me fracturó la muñeca!
-¿Qué? -Cintia no podía creer lo que escuchaba y no creía que Ariadna tuviera la fuerza para hacer eso.
Luego se acercó y tocó suavemente la mano de Soledad, a la vez hizo que esta gritara de un dolor insoportable. Al ver esa reacción, Cintia al final creyó que Ariadna le había fracturado la mano a su hija. Al instante cogió su teléfono y estaba lista para denunciarla a la policía. «Llamaré a la policía, no tiene sentido contarle a Hipólito sobre esto, se pondrá del lado de Ariadna por todos los beneficios que obtuvo de ella».

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