—Señor Joaquín, no se pelee con Petra por mi culpa. No quiero que la gente se burle de nosotros. Todo esto es mi error, no debí venir aquí. Me voy de inmediato —dijo Renata, la voz entrecortada.
Joaquín frunció el ceño, la mano que sostenía el separador tembló apenas un poco.
Petra se levantó de su asiento.
Apenas la vio moverse, Joaquín recuperó su postura rígida. Sabía que Petra jamás lo dejaría quedar en ridículo en público y, por no incomodarla, pensó que lo mejor sería dejar que Renata se fuera.
Pero Petra simplemente se acercó, tiró del separador y lo cerró con firmeza, bloqueando la vista de Joaquín.
—¡Petra! —tronó la voz furiosa del hombre desde el otro lado.
Petra, con una expresión serena, regresó a su asiento.
Belinda, disfrutando la escena, se sentó a su lado.
—Pensé que ibas a salir corriendo tras él —le soltó Belinda, una media sonrisa en los labios.
Petra apartó la mirada hacia el escenario de la subasta.
—¿Crees que soy tan poca cosa como para eso? —preguntó con voz suave, pero cargada de dolor.
Belinda, notando el bajón en el ánimo de su amiga, se acercó y la abrazó, pegando su mejilla a la de Petra.
—Para nada, manita. Nomás estuviste ciega unos años, eso es todo.
Petra solo suspiró, sin ánimo de refutar.
...
Faltaban apenas unos minutos para que la subasta diera inicio y, aun así, el alboroto en la cabina de al lado continuaba.
Entre murmullos y sollozos, la voz apagada de Renata se coló:
—Todo fue mi culpa, por mi culpa el señor Joaquín y la señorita Petra discutieron. Tengo que ir a disculparme personalmente con la señorita Petra, aclararle que entre el señor Joaquín y yo no hay nada.
Nadie se atrevía a meterse, solo Joaquín respondió con un tono seco:
—No hace falta.
La subasta pasó a la fase de presentación.
De vez en cuando, los sollozos contenidos de Renata se escuchaban a través del separador.
De pronto, un encargado de la organización tocó la puerta de la cabina de Joaquín.
—Señor Joaquín, hay clientes que se quejan de que su cabina está muy ruidosa y no pueden ver bien los artículos. Le agradeceríamos que usted y sus amigos bajen la voz. Les deseamos que encuentren lo que buscan en la subasta.
El gesto de Joaquín se endureció.
Renata quedó rígida. Después de la humillación de Petra, no se había animado a decir palabra, pero ahora que hasta un simple empleado se atrevía a llamarle la atención, su molestia se desbordó.
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