Ocho abdominales perfectamente marcados, líneas que bajaban como ríos de tentación.
La línea de sus músculos descendía por el borde de su abdomen, perdiéndose en lo más profundo…
De repente, la voz ronca de Benjamín interrumpió el deleite de Petra.
—¿Qué tanto ves?
Petra soltó una sonrisa incómoda y, de inmediato, apartó la mirada.
—No... no es nada. Sr. Benjamín, ¿por qué no se pone la camisa? Mejor lo espero afuera.
Estaba a punto de salir, pero el hombre delante de ella se movió, acercándose un paso más, inclinándose hasta quedar a su altura, mirándola directo a los ojos.
—¿Estás comparándome con otros tipos en tu mente, verdad?
Petra negó con honestidad, sacudiendo la cabeza.
—No.
Nada de eso.
En toda su vida no había visto a nadie con un cuerpo tan perfecto como el de Benjamín. Ni siquiera los modelos que le salían a cada rato en los videos cortos del celular le llegaban a los talones.
Benjamín alzó las cejas, su cara de galán se acercó todavía más.
Petra se quedó rígida pero mantuvo la postura, sin ceder ni un centímetro. No quería que Benjamín pensara que se estaba poniendo nerviosa o que tenía algo que esconder.
La distancia entre los dos era mínima. El ambiente se cargó con esa energía densa que solo provoca el deseo.
La cara de Petra, que hasta hace un momento se veía tranquila, se tiñó poco a poco de un rubor imposible de disimular.
¿Quién podría resistirse al ataque de belleza del Sr. Benjamín?
Al ver sus mejillas enrojecidas, Benjamín curvó los labios en una sonrisa satisfecha.
—¿Y entonces, qué piensas de mí?
Su voz, profunda y rasposa, la envolvió con un tono que parecía hechizarla.
Petra sintió que le ardía la cara, y hasta la cabeza se le estaba calentando.
—Sr. Benjamín, de todos los hombres que he visto, usted es el que tiene el mejor cuerpo.
Su voz sonó directa y mandona, como si no le diera opción a negarse.
Petra no alcanzó a reaccionar y la corbata terminó sobre su cabeza. Se la quitó con una sonrisa resignada, respondiendo bajito:
—Sí, Sr. Benjamín.
No le quedaba de otra. Hoy tenía que pedirle un favor, y si lo hacía enojar ahora, seguro se negaría a ir con ella a la casa de la familia Calvo. Y ahí sí estaría perdida.
Con una sonrisa, comenzó a arreglar la corbata. Benjamín, que seguía hablando por teléfono, la apuró con un tono impaciente.
—Rápido.
Se irguió frente a ella y volvió a sumergirse en la llamada, sin prestarle atención.
Petra sabía que Benjamín era más alto que ella, pero hasta ese momento no había notado cuánto. Tuvo que ponerse de puntas para alcanzarle el cuello y poderle atar la corbata.
Benjamín, completamente concentrado en la conversación, ni intentó inclinarse para ayudarle.
Petra sintió que los pies empezaban a dolerle, así que le dio un suave golpecito en el pecho, pidiéndole con la mirada que se agachara.
Benjamín la miró de reojo, pero no captó la indirecta. Solo alcanzó a apoyar la mano libre en la cintura de Petra, sin dejar de hablar con quien estuviera al otro lado de la línea.

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