Porque escuchar su nombre en boca de ciertas personas ya era suficiente para mancharlo.
Joaquín miró a Petra, que había regresado. Al ver cómo ella se alteraba por culpa de Benjamín, sintió como si una enorme piedra le cayera directo en el pecho, aplastándolo por dentro.
Petra se paró justo frente a él y dejó su portafolios sobre el mostrador.
—No vuelvas a decir esas cosas delante de mí. Ni siquiera eres digno de compararte con él.
El ambiente entre los dos se tensó tanto que parecía que en cualquier momento podía estallar una pelea. De hecho, la mayoría de los que hace rato estaban bromeando para que Petra se casara con Joaquín ya habían salido huyendo para no verse involucrados.
Aun así, un pequeño grupo se quedó, queriendo ver el drama desde la primera fila.
El semblante de Joaquín cambió de golpe. El pecho le subía y bajaba, agitado.
—Entonces… ¿de verdad estuviste con Benjamín? ¿Ese hombre del que hablaste la última vez… también era Benjamín?
Un dolor difícil de describir le atravesó el pecho. Sus ojos no se apartaban de Petra, y entre las sombras de su mirada se encendía la furia.
—Con razón en la subasta él te ayudó. En ese momento, ustedes dos ya andaban a mis espaldas…
Pero antes de que terminara su frase, Petra le dio una bofetada con toda la fuerza y el coraje que llevaba por dentro.
—Él no es como tú piensas.
La mejilla de Joaquín se enrojeció e hinchó de inmediato. Entrecerró los ojos, mirándola con peligro y avanzó hacia ella.
Petra, sin dudar, agarró la pequeña maceta que estaba sobre el mostrador, calculando en qué parte de Joaquín podía lanzársela para que aprendiera la lección sin matarlo.
Joaquín frunció el ceño y, al notar el objeto en sus manos, se detuvo. Había cierto temor en su mirada.
Antes, él habría pensado que Petra jamás se atrevería a golpearlo de verdad. Pero ahora… no cabía duda.
Estaba seguro de que ella le estrellaría la maceta en la cabeza sin pensarlo dos veces.
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