Petra se acomodó de buen humor en el sofá, deleitándose con la decoración y los detalles del lugar.
La vez anterior que estuvo ahí, los nervios la tenían tan tensa que ni siquiera se fijó en cómo estaba amueblado el departamento.
Esta vez, notó algo que le llamó mucho la atención: una pared entera dedicada a exhibir memorabilia de videojuegos.
No pudo evitar sentirse atraída por ese rincón. Sin pensarlo, se levantó y se acercó. En uno de los estantes, en la esquina, reconoció de inmediato una figura de colección: era el modelo del diseño de skin para videojuegos que ella misma había enviado años atrás.
En su momento, su diseño no fue seleccionado oficialmente. Por algunos problemas personales, perdió la oportunidad de recibir el reconocimiento que el estudio solía dar a los colaboradores; la empresa intentó contactarla, pero como no lograron dar con ella, eligieron el dibujo de otra persona.
Aun así, tiempo después, la compañía le envió unos regalos como gesto simbólico.
Ahora que lo pensaba, todo eso había pasado hace como diez años.
Por ese entonces, su mamá recién se había divorciado de Emiliano y regresaron juntas a Santa Lucía de los Altos.
Petra no conocía nada de Santa Lucía de los Altos, se sentía fuera de lugar y terminó convirtiéndose en una chica adicta a los videojuegos.
Ese juego en particular fue su mayor consuelo en la época más aburrida y triste de su vida.
Si no hubiera visto esa figura, hasta habría olvidado que alguna vez participó enviando su propio diseño.
Tomó la figura del estante y la sostuvo en sus manos.
Estaba hecha exactamente igual a la ilustración que ella había creado, incluso los pequeños detalles que recordaba con tanta claridad estaban ahí, reproducidos a la perfección.
Ese diseño resumía a la perfección lo que era ella a los dieciséis o diecisiete: una chica ingenua, alegre y llena de ideas extravagantes.
En ese momento, Benjamín salió del vestidor ya cambiado. Petra, con la figura en la mano, no pudo evitar preguntarle emocionada:
—¿Y esta? ¿Cómo la conseguiste?
Benjamín apenas le echó un vistazo a la figura y respondió, como si no le importara demasiado:
—No me acuerdo.
Petra sintió cómo se le caía un poco el ánimo.
Benjamín desvió la mirada y bajó la cabeza para acomodarse las mangas de la camisa. De costumbre, abrocharse los puños era cosa fácil, pero esa vez falló varias veces.
En sus ojos se reflejaba una extraña indiferencia, pero de pronto, unos dedos delgados aparecieron y le abrocharon el puño.
Benjamín levantó la mirada.
Petra le sonrió buscando su aprobación y, de paso, terminó de abotonarle la otra manga con toda naturalidad.
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