Por la mañana, en su oficina, aquella colega había presumido de su relación con Ariel. Johana ni siquiera le prestó atención.
Pero ahora la estaban involucrando en asuntos con Hugo, y eso sí que no lo iba a permitir. No iba a dejar que la mancharan sin razón.
Mientras Johana mantenía su seriedad, Ariel se acercó por detrás. Se inclinó, apoyando ambas manos en el escritorio y encerrándola entre sus brazos. Quedó tan cerca de su oído que sentía su respiración cuando le preguntó, con un tono juguetón:
—¿Te pusiste celosa?
—Para nada —respondió Johana abriendo un expediente. Luego, giró un poco la cabeza para mirarlo y le advirtió—: Lo que voy a trabajar ahora es un poco confidencial. ¿Puedes darme un espacio?
Ariel suspiró.
—Johana, ¿ya viste la hora que es? ¿Todavía sigues trabajando?
Johana volvió a concentrarse y, con toda calma, le contestó:
—Si lo que hicimos en Avanzada Cibernética, siguiendo el procedimiento, ya está a punto de ser malinterpretado, entonces tengo que esforzarme más. No quiero que alguien empiece a decir que tengo algo raro con Hugo. Ariel, ¿no te molestaría que empiecen los chismes sobre ti?
Ariel le sostuvo la mirada y, sujetándole la barbilla con suavidad, la obligó a mirarlo de frente.
—¿Desde cuándo eres tan buena para darle la vuelta a todo? No te había visto tan hábil con las palabras.
Johana apartó su mano con firmeza.
—En serio, déjame trabajar. Ve a hacer lo tuyo.
Pero Ariel sólo se rio, claramente divertido.
—¿En serio quieres que me vaya? Es la red de la casa, la computadora de la casa. Si yo quisiera robar información de Avanzada Cibernética, ni su laboratorio podría frenarme.
Johana lo miró en silencio, sin emitir ningún juicio.
Se quedaron viendo unos segundos. Finalmente, Johana se giró y empezó a trabajar en silencio, fingiendo concentración.
En realidad, su trabajo no tenía nada de confidencial. Solo quería que Ariel no se acercara más, que dejara de buscar esos momentos ambiguos entre los dos. No quería que él se le pegara tanto.
Aunque no había dicho nada sobre él y Maite, eso no significaba que aceptara la situación. No podía soportar que Ariel anduviera de arriba abajo ayudando a Maite, que los vieran juntos por ahí como si fueran pareja, que se sentaran juntos en el asiento delantero del carro mientras ella iba sola atrás, fingiendo que nada pasaba.
No podía aceptar a un Ariel así. No iba a seguirle el juego, ni cumplirle promesas a la abuela, ni mucho menos pensar en tener un hijo con él.
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