¿Dónde está la señora Paredes?
Johana se levantó de la cama con desgano, sin ganas de darle muchas explicaciones a Ariel.
—Ya no quiero seguir siendo la señora Paredes. Sigo firme en que quiero el divorcio.
La respuesta de Johana dejó a Ariel mirándola fijamente.
Sus miradas se cruzaron. Johana no evitó su mirada, y continuó:
—Lo de la renuncia ya no debería afectar mucho. Cuando el escándalo se calme, antes de hacer los trámites podemos publicar un aviso, no tendría por qué haber problema.
—Si lo que te preocupa es que las acciones de la empresa se mantengan estables, sería mejor que tú y Maite esperen un año o algo así para casarse. Para entonces ya no habría lío.
Que incluso pensara en la boda con Maite hizo que Ariel se acercara a la mesa, apagando la colilla a medio fumar en el cenicero. Se quedó de pie, mirando a Johana sin decir nada.
Pensó que, después de todo lo que pasó con las acciones, su relación se había calmado, que Johana ya no insistiría con el divorcio.
La observó en silencio un buen rato. Cuando la vio regresar a la computadora en el escritorio, sin decir nada, Ariel habló:
—Voy a salir. Descansa.
Johana no lo miró, solo siguió frente a la pantalla y contestó en voz baja:
—Está bien.
No fue hasta que escuchó la puerta cerrarse, ni fuerte ni despacio, que Johana se giró a mirar hacia la entrada. Se quedó viendo ese espacio vacío por mucho, mucho tiempo.
...
Ariel salió manejando su carro desde la Casa de la Serenidad.
No fue a buscar a Maite. En vez de eso, le llamó a Raúl para invitarlo a tomar algo.
En el bar.
Cuando Raúl llegó, Ariel ya lo esperaba.
Al acercarse a la mesa, Raúl lo miró y bufó:
—Seguro peleaste otra vez con Joha, ¿verdad? Y yo ni quería venir a acompañarte.
Ya van tres años y lo ha intentado aconsejar tantas veces.
¿De qué ha servido?
Ariel tomó una copa de la mesa y, con un gesto desinteresado, se la llevó a la boca:
—¿Quién dice que discutimos?
Raúl se dejó caer en el sofá de al lado, soltando la voz con flojera:
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