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No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 179

Cuando el reloj marcó poco después de las nueve de la noche, el carro se detuvo frente a la Casa de la Serenidad. Johana, que había estado dormitando, despertó con el rostro de Ariel tan cerca que apenas había espacio entre ellos. Johana no se movió, lo miró fijamente.

Afuera, la noche ya había caído por completo.

Dentro del carro, la tenue luz azul creaba una atmósfera cargada de misterio y algo más... una especie de complicidad electrizante.

Ariel se inclinó hacia Johana, su intención era ayudarle a quitarse el cinturón de seguridad, pero al ver que ella abría los ojos y despertaba, su mano se detuvo. Se quedaron así, mirándose en silencio, como si el mundo entero se hubiera reducido a ese pequeño espacio.

El único sonido que llegaba del exterior era el de los grillos y las ranas en el jardín.

Ariel, aún inclinado sobre ella, alcanzó a ver su propio reflejo en los ojos de Johana. Un reflejo nítido, como si ella lo estuviera mirando de verdad, sin filtros ni máscaras.

Sintió un estremecimiento, algo se agitó en su interior. Ariel se acercó aún más, y sin pensarlo, la besó.

Johana frunció el entrecejo, intentando apartarlo, pero Ariel, anticipándose, le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella, impidiéndole cualquier movimiento.

El silencio en el carro era tan denso que podía sentirse. Solo sus respiraciones y los latidos de sus corazones llenaban el espacio.

Los labios de Ariel eran suaves, y él sabía perfectamente cómo besar, cómo marcar el ritmo... cómo hacerle perder el control.

La atmósfera era tan intensa, tan cargada de deseo, que Johana no pudo resistirse.

Solo pudo quedarse ahí, mirando a Ariel, perdida.

Después de un beso prolongado, Johana lo miró con calma y dijo:

—Ariel, no deberías hacer esto. No deberías dejarme confundida.

Si no fuera porque él la había ignorado durante tres años, probablemente Johana aún pensaría que Ariel sentía algo por ella.

Después de todo, él ya la había hecho confundirse muchas veces en el pasado.

Ariel, recargado a su lado, esbozó una sonrisa y preguntó:

—¿Confundida por qué?

Johana no apartó la mirada de su rostro. Contestó con voz serena:

—Si no me hubieras ayudado en aquella pelea, si no me hubieras llevado contigo a saltarte clases, si no me hubieras dejado dormir en tu cuarto, si no me hubieras dejado abrazarte la cintura cuando íbamos en bicicleta, si...

La frase se le atoró en la garganta. No pudo seguir.

Permaneció observando a Ariel durante unos segundos más, hasta que, por fin, añadió:

—Si nada de eso hubiera pasado, quizá nunca nos habríamos casado.

Si él solo la hubiera ayudado una vez, ni siquiera habría tenido el valor de confesar lo que sentía. Habría guardado ese cariño para siempre, en silencio.

Tragó saliva, a punto de hablar, pero Ariel, de pronto, apartó la vista y se incorporó, fingiendo una sonrisa despreocupada:

—Ya, no te preocupes. Volvamos.

Él ya había leído la respuesta en el diario de Johana hacía tiempo, y su silencio también era una respuesta.

Johana escuchó cómo Ariel salía del carro y cerraba la puerta. Observó su silueta mientras rodeaba el frente del vehículo y, sin pensar, susurró:

—Ariel, ¿y tú? ¿Alguna vez sentiste algo por mí?

En ese momento, Ariel llegó a la puerta del copiloto, la abrió y, apoyándose con desgano en la puerta, bromeó:

—Ya ni ganas dan de volver a casa.

Johana, al escuchar eso, salió del carro.

...

Al llegar a su habitación, después de darse un baño y cambiarse de ropa, Johana se preparó para platicar con Ariel. Quería decirle que sus abuelos ya sabían de la separación, que el área legal ya estaba preparando los papeles, y que ella no seguiría quedándose en su cuarto, sino que se mudaría a la habitación de al lado. Pero justo cuando entró, vio a Ariel arrastrar una silla y ponerla frente al sofá. Señaló el sofá con la barbilla y le dijo:

—Siéntate.

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