En ese momento, Ariel tomó el acuerdo de divorcio que tenía en la mano, lo miró por encima y preguntó con una sonrisa suave:
—Johana, ¿quién te dijo que yendo con el acuerdo de divorcio a ver al abuelo, se te iba a hacer tan fácil?
Johana levantó la mirada.
Todavía no alcanzaba a responder cuando Ariel volvió a hablar.
Con voz tranquila, soltó:
—El abuelo ya te regañó, la presión ya la sentiste.
Sin darle oportunidad a Johana de decir nada, Ariel añadió:
—La parte de los bienes y la casa que se acuerda en el documento, el departamento legal va a empezar a gestionarlo mañana. Tal vez necesitemos que cooperes para algunos trámites.
Al escuchar eso, Johana pensó que Ariel ya había firmado el acuerdo, y que el lunes podrían presentar la solicitud.
Pero de pronto, Ariel lanzó el acuerdo sobre la mesa, ni fuerte ni suave, como si no le importara, y murmuró:
—Nada más, no vuelvas a molestar al abuelo con este asunto. Tampoco te desgastes tú.
Aquel comentario dejó a Johana aún más desconcertada. Lo miró con el entrecejo arrugado y preguntó:
—Ariel, ¿qué estás tratando de decirme?
Con el rostro lleno de dudas, Johana lo miró fijamente. Ariel se irguió, sonrió con cierto desdén y contestó:
—¿Qué te digo? Después de tantos años, ¿de verdad no lo entiendes? Si hay algo que no quiero hacer, ¿crees que el abuelo puede obligarme?
Johana se sintió todavía más perdida.
—Pero si ya empezaste a repartir los bienes, ¿por qué no haces el trámite?
—No hay un por qué —replicó Ariel, de nuevo con ese tono apacible—. Joha, acuérdate: todo en exceso acaba mal.
—Si dejas de hacer escándalo y te comportas, capaz un día que amanezca de buenas te firmo el acuerdo, pero si cada vez que me ves me quieres hablar de divorcio... ¿A poco todavía no me conoces? Entre más me presionan, más me rebelo.
—¿Y cuándo hice yo tanto escándalo? —rebatiendo, la voz a punto de quebrarse.
Ariel levantó una ceja:
—¿No fue escándalo llevar el acuerdo directo con el abuelo?
—Es que tú no lo quieres firmar.
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