Las palabras dulces de Ariel no lograron convencer a Johana; ella permaneció en silencio y no le creyó ni una pizca.
Sospechaba que, en el fondo, Ariel seguía cargando con el regaño de su abuelo.
Con ambas manos apoyadas en el pecho de Ariel, Johana estaba a punto de empujarlo cuando, de pronto, él posó la barbilla en su hombro y murmuró con voz suave:
—Lo de Maite y yo no es lo que piensas.
Se tomó una breve pausa, luego añadió:
—Le debo algunos favores a la familia Carrasco.
Johana guardó silencio por unos segundos antes de responderle:
—Ariel, desde antes de que Maite regresara, lo nuestro ya tenía problemas.
Ariel le dio un beso suave en la mejilla, con un aire de cansancio y ternura en su voz.
—Entonces empecemos de nuevo.
¿Empezar de nuevo?
Después de tres años de intentarlo, de tres años de desencanto, ahora estaba agotada, con el ánimo por los suelos. ¿Cómo se supone que iba a comenzar de nuevo?
Ya no tenía fuerzas para enamorarse, ni ganas de volver a intentarlo. Solo quería desconectarse de todo, que su vida fuera simple y tranquila.
No quería más caos ni dramas que la revolvieran.
Estaba cansada, harta de intentarlo una y otra vez.
Sin darle una respuesta a Ariel, Johana se limitó a decir con voz apagada:
—Ariel, yo ya no puedo regresar.
Ariel sonrió con desparpajo.
—¿Cómo sabes si no lo intentas?
Johana no le contestó más. Lo único que quería era dormir bien, enfocarse en su trabajo y que el producto en el que tanto había invertido, por fin saliera al mercado.
Después de permanecer un rato entre los brazos de Ariel, se apartó de él.
Ariel la observó regresar a su cuarto, tranquilo.
Lorena, Maite... todas esas personas eran parte del pasado. La única realidad era que él y Johana eran marido y mujer, eso era lo que importaba: el presente.
...
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