Atardecía.
Cuando Ariel y Raúl terminaron de organizar todo, todos juntos se dirigieron al velatorio.
Johana acababa de llegar cuando Hugo y Edmundo hicieron su aparición.
Ambos la consolaron con palabras sinceras, insistiendo en que se despreocupara de los asuntos del trabajo y se concentrara en su familia, pues ellos se encargarían de todo en la oficina.
Poco después de las siete, los compañeros de Avanzada Cibernética comenzaron a llegar de uno en uno.
También se presentaron los socios y altos directivos de Grupo Nueva Miramar, además de muchos otros colegas.
Ariel no paraba de ir de aquí para allá atendiendo a todos, mientras Raúl, Noé y Ramón colaboraban con lo que podían.
Aunque Johana estaba triste, se mantenía ocupada con los preparativos del funeral. Apenas hablaba, pero no dejaba de moverse ni un instante.
Ya entrada la noche, a las nueve, Ariel seguía organizando los detalles para la ceremonia de despedida del día siguiente y le pidió a Marisela que acompañara a Johana al segundo piso para que descansara un rato en la sala de reposo.
Pero Johana no quiso ir. Prefirió quedarse abajo, junto al ataúd de su abuelo.
En ese momento, llegó Fermín.
Venía de una reunión fuera de la ciudad; apenas aterrizó, se enteró de lo sucedido en casa de Johana y no dudó ni un segundo en presentarse.
Detrás de él venían otros funcionarios importantes del gobierno municipal.
Al verlos entrar, Johana se levantó de inmediato para recibirlos.
—Señor Fermín, señor Navarro, discúlpenme por hacerlos venir hasta acá en este momento —dijo, tratando de mantener la compostura.
Fermín le tomó la mano con delicadeza y respondió con voz suave:
—Señorita Johana, le acompaño en su dolor. Que Dios le dé fuerza.
Johana retiró la mano, echó una mirada hacia el féretro de su abuelo y agradeció:
—Gracias, señor Fermín, de verdad.
Después se dirigió a los demás funcionarios, agradeciéndoles su presencia y el gesto de haber venido a despedir a su abuelo.
Todos intentaron consolar a Johana, pero ella, aunque dolida, se mostró tranquila y razonable. Explicó que la vida y la muerte forman parte del ciclo natural y que, aunque le dolía, lo entendía.
Fermín percibía la tristeza contenida bajo esa calma, y no podía evitar sentir compasión por ella. Sabía bien que Johana ya no tenía a ningún otro familiar mayor en quien apoyarse; todo el peso caía sobre sus hombros.


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