—Así que, Joha, mejor hagamos las paces. Ya no compliques las cosas con Ariel, ni te cierres a aceptarme. Los tres, cada quien por su lado, y en paz —dijo Maite con una sonrisa satisfecha.
Si Johana no hubiera pasado por lo que pasó ni estuviera preparada, esas palabras probablemente habrían bastado para hacerla caer de nuevo en la depresión.
Frente a la mesa de bebidas, Johana la observó sin moverse, con una calma envidiable.
—Maite, dime de una vez, ¿quién es la que viene una y otra vez a buscarme? ¿Quién es la que no puede soportar a quién aquí? —respondió Johana, serena.
Maite le sostuvo la mirada con aparente sinceridad.
—Joha, no lo tomes a mal. Yo solo quiero que me reconozcas.
¿Reconocerla?
Johana dejó el vaso de limonada sobre la mesa, la miró directo a los ojos y le contestó con tranquilidad:
—Maite, hagamos esto: tráeme pruebas de que Ariel te fue infiel. Si las tienes, yo te ayudo a convertirte en la señora Paredes.
Maite se quedó muda.
Jamás se le habría ocurrido que Johana respondiera con semejante propuesta, ni mucho menos que le ofreciera su ayuda para quedarse con el lugar de la señora Paredes.
¿Qué juego traía entre manos?
Johana la miró con indiferencia, notando cómo la sorpresa dejaba a Maite sin palabras. Luego tomó su celular y su bolso, y se puso de pie.
Maite no reaccionó hasta ver a Johana empujar la puerta del café y salir. Entonces, por fin, volvió en sí y se levantó de prisa para ir tras ella.
En ese momento, Johana bajó la cabeza y, como si nada, apagó la grabadora de su celular.
Cuando llegó a la entrada del edificio de oficinas, Maite la alcanzó.
Le sujetó el brazo y preguntó:
—Joha, ¿lo que dijiste hace rato iba en serio, o me estabas tomando el pelo?
Johana se volvió hacia ella y le respondió, palabra por palabra:
—Maite, deberías saberlo. Entre Ariel y yo, nunca ha sido cuestión de que yo no quiera dejarlo ir.
La firmeza en los ojos de Johana hizo que el corazón de Maite temblara.
En el fondo, cada vez que Maite buscaba a Johana, lo hacía para provocarla, para que por fin se decidieran a divorciarse.
Su objetivo siempre había estado claro: quería el reconocimiento, el apellido Paredes y el título de señora Paredes.


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