La confirmación del forense fue como un golpe más. Ariel, al levantarse de la banca, tenía el rostro cansado y la mirada perdida, como si le hubieran arrancado el alma.
Noé, al verlo en ese estado, lo tomó del brazo con firmeza.
—Mejor entramos Ramón y yo. Tú solo tienes que firmar después, ¿de acuerdo?
El forense ya había dado todos los detalles y, al final, el cuerpo había sido sacado directamente de su habitación matrimonial.
No había lugar para dudas.
Si Ariel entraba a ver a Johana, el impacto sería demasiado. Mejor evitarlo.
Aun así, Ariel retiró la mano de Noé con suavidad. Su voz, ronca y apagada, apenas fue un susurro.
—Quiero verla.
La verdad es que, a esas alturas, ya no quedaba mucho por ver.
Al final, todos entraron juntos. Cuando salieron, los ojos de todos estaban enrojecidos. Ariel firmó los papeles, y Raúl y los demás comenzaron con los preparativos para el funeral.
En menos de dos meses, la familia había perdido al abuelo y ahora a Johana. El dolor se sentía en el aire, como una nube negra que no dejaba entrar la luz.
...
En la habitación del hospital.
Ariel fue a ver a Marisela. Ella estaba sentada en la cama, sin decir una palabra, sin probar ni agua ni comida, solo mirando al vacío, como si el mundo se hubiera detenido para ella.
Ariel se sentó en la silla junto a la cama. El silencio pesó entre ambos durante varios minutos. Al final, Ariel habló con voz baja, casi temerosa.
—Mañana es el funeral de Joha. Trata de reponerte, ¿sí?
Marisela llevaba todo el tiempo callada desde que despertó. Solo entonces, al escuchar esas palabras, respondió con frialdad, sin mirarlo siquiera.
—Ariel, tú salvaste a Joha una vez. Ahora, ella te regresó la vida.
Detrás de esas palabras había un reproche más profundo. Marisela culpaba a Ariel: por haber desatendido a Johana, por haberse casado con ella sin amarla, por no divorciarse aunque la relación no funcionara.
Si Ariel hubiera hecho aunque fuera una de esas cosas, tal vez Johana seguiría viva.
Ariel no respondió. No tenía el derecho ni la fuerza para discutir. Nunca había querido nada de Johana, mucho menos que le devolviera la vida.
Pero tampoco podía defenderse. No tenía argumentos.
El silencio se hizo más pesado, hasta que Marisela soltó otra frase, aún más dura:

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