No era para nada adecuado que ella, Ariel y Maite estuvieran juntos en la misma escena.
Mientras veía cómo Ariel se alejaba, pensando en la forma en que él le soltó la mano tan de repente, a Johana solo le salió una sonrisa, aunque con un matiz de resignación.
Se quedó un rato observando a la gente, los vio sentarse al lado izquierdo del restaurante y, solo entonces, retiró la mirada y entró en silencio. Tomó un poco de desayuno de manera casual y fue a sentarse sola a la derecha del comedor.
Se sentó lejos de Ariel y Maite, sin la intención de molestarlos.
Por el otro lado, en el grupo, mientras Maite comía su desayuno, de vez en cuando tomaba algo del plato de Ariel.
Ese gesto de Maite era común a los ojos de todos.
Si había que señalar quién desentonaba, la aparición de Johana era lo que en verdad había resultado incómodo, fuera de lugar.
Otra vez, Maite tomó comida del plato de Ariel y él, tranquilo, dejó el tenedor sobre la mesa.
Levantó la mano derecha, miró su reloj: ya eran las ocho con cuarenta.
Echó un vistazo al restaurante.
Al final, en la esquina derecha, vio a Johana. Selene no estaba con ella, y sobre su mesa no había documentos ni papeles, solo un par de platillos sencillos.
Ella alternaba entre ver su celular y comer su desayuno.
—Ariel, este jamón italiano está buenísimo, deberías probarlo.
Maite le acercó un trozo de carne a la boca y Ariel, recién entonces, volvió en sí.
Miró la carne que Maite le ofrecía y asintió, pero no abrió la boca; simplemente tomó el tenedor de Maite y lo devolvió a su plato.
Ariel no comió, así que Maite le recordó entre risas:
—Bueno, pero luego no te olvides de probarlo.
—Está bien.
Después de eso, Maite siguió platicando animadamente con las demás chicas.
...
En el lado derecho del comedor.
Johana terminó de leer las noticias, dejó el celular a un lado, tomó los cubiertos y en unas cuantas cucharadas acabó su avena.
Se limpió la boca con una servilleta. No buscó a Ariel entre la gente, simplemente se levantó y se fue directo al salón de conferencias con el celular en la mano.
Al llegar, se dio cuenta de que la habían asignado para sentarse justo al lado de Ariel. Sin pensarlo dos veces, tomó la placa con su nombre y fue a buscar un rincón alejado donde sentarse.
Si no fuera porque Ariel seguía retrasando los trámites, ni siquiera habría tenido que venir a este evento.
Pero como aún no se habían separado, tenía que seguir interpretando su papel.
Poco después, la gente comenzó a entrar al salón; no solo llegaron Ariel y Raúl, los más jóvenes, también los empresarios de la vieja guardia hicieron acto de presencia.
Estaba lleno de gente importante.
—Ariel, llegaste.
—Ariel, el asunto del segundo proyecto, tenemos que hablarlo bien después de la reunión.
—Por supuesto, Sr. Durán.
—¿Esa no es la chica de la familia Carrasco? ¿Ya regresó al país?
—Así es, Sr. Durán. Espero que la pueda apoyar en el futuro.
Ariel respondía con cortesía, mientras Maite, sonriendo, se mantenía a su lado, como si fuera su esposa de toda la vida.
De ahora en adelante, solo le aconsejaría que se fuera, nunca que aguantara. Con la actitud de Ariel, no merecía ni un poco del esfuerzo de Johana.
Ariel lo miró de reojo, y Raúl soltó una ligera risa:
—Allá tú si un día te arrepientes.
Durante los dos días siguientes, Johana mantuvo su distancia con Ariel. No lo interrumpió ni se metió en su vida, tampoco se acercó a Maite.
Ya fuera en las comidas o en las reuniones, siempre se mantuvo sola, incluso evitando a Raúl y Noé.
Ella se encargó de cortar todos los lazos, limpiamente.
Ariel, por su parte, salía temprano y volvía tarde. Las dos noches, cuando regresó al cuarto, Johana ya estaba dormida.
...
Ese mediodía, tras concluir la reunión de la mañana, Johana iba camino al restaurante con su celular y unas carpetas bajo el brazo, cuando de repente alguien la llamó desde atrás:
—¡Johana!
Ella se dio la vuelta y vio acercarse a un hombre alto, de apariencia tranquila, con gafas de armazón dorado y un traje gris oscuro.
Parecía de unos veintisiete o veintiocho años, aún no llegaba a los treinta.
Tenía facciones finas, pero sin dejar de lucir varonil.
Johana sintió que lo conocía de algún lado, aunque no lograba recordar de dónde.
Luego de observarlo un momento, Johana preguntó con voz amable:
—¿Tú eres...?

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