Ariel sonrió de medio lado.
—¿Y qué más puedo hacer? ¿Ahora ni un abrazo me dejas darte?
Luego, con voz tranquila, añadió:
—Si no crees lo que acabo de decir, mañana te acompaño al hospital, ¿te parece?
...
Johana sintió que la estaba dejando en evidencia, aunque él no lo dijera directamente.
Las manos tibias de Ariel le acariciaban el vientre con suavidad, y de pronto volvió a preguntar:
—¿Ya te sientes mejor del dolor?
Ella no respondió. En vez de eso, lo sujetó del brazo y preguntó en voz baja:
—¿Tus proyectos están por firmarse, verdad?
Johana sabía bien que Ariel tenía varios grandes proyectos, y dos de ellos estaban a punto de cristalizarse. Él, hacía apenas un momento, le había dado una explicación, pero después de tres años de problemas, dos frases no bastaban para borrar todo. Además, todos sabían de la vida de fiesta de Ariel.
Eran incompatibles. Eso era un hecho.
Así que, aprovechando que Ariel estaba de buen humor, Johana decidió preguntar cómo iban las cosas.
Él, al escuchar su pregunta sobre los proyectos, perdió el entusiasmo al instante.
—Todavía no —respondió, con el ánimo apagado.
Johana lo miró de reojo y preguntó:
—¿Y cuánto más falta?
Ariel, con la expresión impasible, contestó:
—Quizá un par de semanas más.
Y agregó, con voz seca:
—Johana, contigo puedo hablar del divorcio, pero olvídate de sacar algo de la empresa.
Pero Johana solo prestó atención a la primera parte. Lo miró fijamente y preguntó:
—¿Por qué va a tardar tanto? Si ya casi pasa un mes, ¿no?
Ariel soltó una risa burlona.
—¿A poco ya tienes reemplazo y te urge salir corriendo?
Era de noche, y Johana no quería discutir. Así que, sin levantar la voz, dijo:
—Solo apúrate, ¿sí? He visto que Maite va a la empresa cada rato. También deberías darle una respuesta.
Como ella misma no tenía peso en esa ecuación, usó a Maite como excusa.
Apenas terminó de hablar, Ariel se giró y la abrazó con fuerza, sujetando sus muñecas.
—Subdirectora Johana, qué considerada resultaste ser.
Ella volteó el rostro, sin decir nada. Ariel se inclinó y la besó.
...
Cuando Ariel empezó a pasarse de la raya, Johana ya no aguantó y terminó gritándole:
—¡Ariel!
Él la miró, divertido por el pequeño berrinche, y luego se acomodó a su lado en la almohada.
—Ya que pase unos días, cuando se pueda… —dijo sin prisa— vamos a tener un hijo.
El corazón de Johana se heló de golpe. Todo lo que había dicho, ¿de verdad no importaba nada?
Alzó la mirada para verlo, pero Ariel solo le besó la frente y murmuró:
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