Del otro lado de la línea, la voz de Ariel llegó rápido y directa:
—¿Ya viste qué hora es? ¿No piensas regresar a casa?
Ante la pregunta de Ariel, Johana levantó la mirada y le echó un vistazo a su abuelo antes de responder:
—Hoy me quedo aquí a acompañar al abuelo, no voy a regresar a la Casa de la Serenidad.
Hasta hace poco, cuando Adela estaba en la Casa de la Serenidad, Johana tenía que cuidar las apariencias y volver. Pero desde que Adela dejó de vivir ahí, Johana ya no se sentía tan presionada.
Ariel permaneció en silencio al oír la respuesta de Johana.
Al notar la falta de respuesta, Johana le dijo:
—Si no tienes nada más, entonces voy a colgar. Descansa temprano.
Sin esperar la reacción de Ariel, Johana terminó la llamada y volvió a concentrarse en la partida de ajedrez con su abuelo.
En la Casa de la Serenidad, el sonido de la llamada finalizada seguía sonando en el celular de Ariel. De repente, él lo aventó sobre el mueble de al lado, dejó caer las manos en los bolsillos del pantalón y se quedó mirando el paisaje nocturno más allá del patio, con el ceño fruncido.
Antes, era siempre Johana quien se desvelaba esperándolo. Ahora, él era quien se quedaba esperando en vano el regreso de Johana.
Con la mirada perdida en el jardín, Ariel recordó de repente el diario de Johana y la misteriosa persona que ahí mencionaba.
Sin pensarlo demasiado, tomó su saco y bajó las escaleras.
...
En la mansión Herrera, tras colgar con Ariel, Johana logró ganarle la partida de ajedrez a su abuelo en un par de movimientos más y luego lo animó:
—Abuelo, ya son las diez. Mejor ya vete a descansar, mañana seguimos la partida.
El abuelo, apoyado en su bastón, se levantó despacio y asintió:
—Sí, sí, mañana seguimos.
Al ver que su abuelo se ponía de pie, Johana lo ayudó a caminar hasta su recámara, asegurándose de que estuviera cómodo antes de dejarlo descansar.
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