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No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 79

El cuarto de Johana era sencillo y cuadrado, sin lujos: una sala con un sofá, un escritorio, un clóset grande. La ventana del frente daba al pasillo y al jardín de entrada; la de atrás, al patio trasero. Al entrar, el baño quedaba justo a la derecha.

Aunque esta casa no tenía la elegancia del cuarto matrimonial en la Casa de la Serenidad, tampoco le faltaba nada y se sentía bastante cómoda viviendo aquí.

Ariel no se sentó. Solo la miró, sin demostrar emoción alguna, y soltó:

—Ya ni a la casa quieres regresar, ¿eh? Vaya que tienes carácter.

Johana cerró la puerta con calma.

—No es eso. Solo quería acompañar un rato al abuelo.

Él no contestó, solo la observó por un momento, y luego recorrió el cuarto con la mirada. Antes de casarse, Ariel solía ir seguido; todo estaba igual, nada había cambiado.

Sus ojos se detuvieron en la repisa de los libros, justo donde Johana tenía su diario. Se quedó mirando unos segundos, pero enseguida fingió no haber visto nada y desvió la vista.

En ese instante, Johana le habló:

—Esta noche no voy a regresar a la Casa de la Serenidad. ¿Tú qué vas a hacer? ¿Te vas ahora o...?

No terminó la frase. Ariel, de repente, le pasó la mano por el cabello, que aún estaba húmedo.

Johana, sorprendida, se tocó el pelo y se apresuró a explicar:

—Ahorita me lo seco.

Ariel retiró la mano y preguntó tranquilo:

—¿Aquí tienes ropa mía?

—Creo que no —dijo Johana—. Si no te molesta, puedo traerte algo de mi abuelo.

Ariel asintió. Así que Johana bajó las escaleras y volvió con un conjunto de ropa de su abuelo: camisa blanca y pantalón negro de tela suave, algo parecido a un traje tradicional de viejito.

Poco después, mientras Johana terminaba de secarse el cabello, Ariel salió del baño ya cambiado. Hasta con la ropa del abuelo, Ariel se veía bien, como si el conjunto hubiera sido hecho a su medida. Tenía un aire elegante y relajado, alguien que sabía llevar cualquier cosa con estilo.

Johana se quedó mirándolo unos segundos, medio sorprendida, hasta que por fin comentó:

—Te ves muy bien.

Ariel, mientras se secaba el cabello con la toalla, sonrió, disfrutando el cumplido.

...

Solo cuando el carro de Ariel desapareció en la esquina, el abuelo, por fin, entró a la casa.

...

La vida volvió a la normalidad tan pronto como regresaron a la empresa.

Ese mediodía, Johana salió a almorzar con Marisela. Se sentaron una frente a la otra en una cafetería.

—¿Y tú y mi Ariel? —preguntó Marisela, con una sonrisa cómplice—. Desde que regresaron de San Lorenzo del Mar, parece que se llevan mejor.

Johana, que acababa de responder un mensaje de trabajo por WhatsApp, dejó el celular a un lado y contestó:

—Creo que sus papás lo están presionando mucho, por eso sigue posponiendo las cosas y no ha firmado.

Suspiró y agregó:

—Pensé que para divorciarse ya no hacía falta tanta papelería, que sería más fácil, pero ya va para un mes y él sigue diciendo que tiene un proyecto pendiente.

La gerente de recursos humanos de Avanzada Cibernética la había llamado el día anterior, preguntándole cuándo podría incorporarse al trabajo. Johana sentía algo de ansiedad; quería resolver todo pronto para empezar su nuevo empleo.

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