—Subdirectora Johana.
Cuando la saludaron, todos en la oficina mostraron una discreta compasión en sus miradas.
Los altos ejecutivos y los principales accionistas de la empresa se habían ido a la conferencia de prensa ese día, junto con varios de los subdirectores. Solo Johana se quedó.
Johana asintió apenas como respuesta, sin dar señales de notar la lástima de los demás.
Aunque lo hubiera notado, la verdad, ya no le importaba.
...
Por la noche.
Raúl y Noé organizaron una cena para celebrar el logro de Ariel, invitando solo a los amigos más cercanos del gremio.
Johana, en cambio, seguía trabajando horas extras en la oficina.
Cerca de las siete, mientras recogía sus cosas para irse, su celular vibró. Era una llamada de Raúl.
Al contestar, Johana sonrió y saludó con cortesía:
—Señor Raúl.
Desde el otro lado, Raúl contestó:
—Joha, Ariel acaba de firmar un contrato de alto valor, así que todos vamos a cenar para festejar. ¿Dónde estás? Paso por ti.
Al escuchar la invitación, Johana respondió con voz tranquila:
—Ustedes celebren, yo me quedo en casa acompañando al abuelo. Mejor vayan ustedes, gracias.
No era que quisiera hacerse la difícil ni mucho menos, pero la verdad era que, fuera de esa llamada de Raúl, nadie más la había invitado a nada.
Una invitación improvisada, casi por compromiso.
Mejor así. No tenía sentido ir a meterse entre gente que solo la haría sentir fuera de lugar.
Además, seguro Maite estaría ahí. Si ella aparecía, solo se pondría en evidencia y no tenía ningún motivo para exponerse a eso.
Desde la conferencia de prensa hasta el banquete del mediodía, Maite había estado al lado de Ariel con toda la actitud de dueña de casa; incluso más de uno la había confundido y le había dicho “señora Paredes”.
Maite no lo negó, y Ariel tampoco se tomó la molestia de aclararlo.
Raúl insistió:
—Joha, tú estás en la casa de la familia, ¿verdad? Paso por ti ahora mismo.
Antes de que Raúl pudiera colgar, Johana se apresuró a responder:
...
En la oficina.
Johana, después de asegurarse que Raúl no insistiría, se sentó unos minutos más frente a su escritorio, mirando el celular, antes de tomar las llaves del carro y salir rumbo a casa.
Apenas llevaba un rato acompañando al abuelo en la sala, cuando recibió una llamada de Adela.
Adela preguntó si esos días no había vuelto a la Casa de la Serenidad.
Sentada junto a la mesa de juegos, Johana respondió:
—Estos días me quedé con el abuelo. Ariel también vino. Hoy mismo pienso regresar.
Aunque Adela no la hubiera llamado, Johana ya tenía pensado volver esa noche. Ahora que Ariel había firmado el contrato y se acercaba la fecha que habían pactado para el divorcio, tenía que regresar para ver cuál era la actitud de Ariel.
Así que, tras acompañar al abuelo en un par de partidas más, Johana tomó las llaves y manejó de regreso.
Al llegar, eran las diez de la noche; Ariel todavía no aparecía.
Pasó la medianoche, y Johana, medio dormida en la cama con un libro en las manos, escuchó por fin el ruido de la puerta. Parecía que Raúl también había llegado.
Al escuchar los pasos, Johana bajó los pies al suelo, se puso las sandalias y bajó las escaleras.

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