Ariel no cambió de expresión.
—Entendido, dile a la oficina de administración que saque un comunicado.
Teodoro asintió rápido.
—La oficina ya está redactando el comunicado.
Al llegar a ese punto, Teodoro dudó un momento y le preguntó con cautela:
—Sr. Ariel, ¿no cree que deberíamos contactar a la Srta. Johana? Quizás podríamos pedirle que salga a desmentir los rumores, a manejar un poco la situación.
Siempre que surgía un escándalo, cada vez que los medios captaban algo, era Johana quien salía a dar la cara. Al fin y al cabo, ella era la Sra. Paredes. Si ella decía que era mentira, nadie se atrevía a contradecirla. Por más que los demás armaran alboroto, no servía de nada.
Ariel no levantó la vista ante la sugerencia de Teodoro, siguió hojeando los documentos del proyecto como si nada.
—No es necesario.
—Entendido, Sr. Ariel.
Sin insistir, Teodoro se retiró, llegó hasta la puerta, la cerró con cuidado detrás de sí y se fue directo a sus tareas.
...
En cuanto Teodoro salió, Ariel dejó de fingir que revisaba los papeles, soltó los documentos sobre el escritorio y, tras echarle una mirada al comportamiento de las acciones del Grupo Nueva Miramar en la computadora, se llevó la mano a la sien y la frotó con fuerza.
Sentía el cerebro a punto de estallar.
Desde que Johana se fue, el valor del Grupo Nueva Miramar se había esfumado, calculaba, por lo menos, en varios miles de millones de pesos.
...
Avanzada Cibernética.
Johana acababa de terminar una junta con su equipo de proyectos cuando el asistente de Hugo fue hasta su oficina para avisarle:
—Srta. Johana, el Sr. Hugo le pide que pase un momento por su despacho.
—Claro, allá voy —respondió, dejando a un lado su bebida, y se levantó rápido.
En cuanto el asistente se retiró, Johana bebió un par de sorbos más de su vaso, tomó su cuaderno y su pluma y se encaminó hacia la oficina de Hugo.
Tocó la puerta y saludó con amabilidad:
—Sr. Hugo.
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