¡Ya lo recordaba! Por eso le resultaba tan familiar la foto de perfil con la que chateaba Petrona. ¡Era el WhatsApp de Ofelia!
¿Tan amigas se habían vuelto?
Ofelia acababa de enviarle un mensaje a Petrona pidiéndole que la entretuviera, que la siguiera, que supiera dónde estaba en todo momento para que no arruinara sus planes.
—Sabri, ¿de qué estás hablando? ¿No sabes dónde está tu propio esposo y vienes a preguntarme a mí? ¡Qué absurdo! —dijo Petrona con calma mientras recogía el celular y se lo guardaba en el bolsillo—. Solo te seguí porque me preocupaba que salieras sola.
—He visto tu conversación con Ofelia. —El rostro de Sabrina se ensombreció por completo, y su tono se volvió amenazante—. ¿Qué le han hecho a Ignacio? ¿Dónde está?
—No lo sé, no he visto a Ignacio en toda la noche. —Petrona abrió la puerta del carro para salir, pero Sabrina la agarró por la muñeca—. No te bajarás de este carro hasta que me digas dónde está.
—Sabri, no te pases. —Petrona se giró y la fulminó con la mirada—. Soy tu cuñada, ¿no tienes ni un poco de respeto?
—Responde, ¿dónde está Ignacio? —Sabrina, al recordar el encuentro con el asesino esa noche, se preocupó enormemente por Ignacio. Si a él también le había pasado algo… Y con su movilidad reducida, sería mucho más fácil atacarlo.
Petrona estaba a punto de hablar cuando su celular sonó. Lo sacó y vio que era un número sin registrar.
Sabrina le arrebató el celular de un manotazo y contestó. Al otro lado se oyó la voz de Ignacio.
—¿El desgarro es grave?
¿Desgarro?
Al oír esa palabra, Sabrina asoció de inmediato ciertas cosas. Las palmas de sus manos empezaron a sudar frío.
—Ignacio, ¿dónde demonios estás? —gritó.
Pero nadie le respondió al otro lado de la línea.
Tras colgar, Sabrina miró a Petrona con frialdad.

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