Ignacio, sentado en su silla de ruedas, frunció el ceño al ver a Sabrina aparecer de repente.
—Sabri, ¿qué haces aquí?
Sabrina se acercó con los puños apretados y una sonrisa irónica.
—¿Te sorprende verme? ¿Qué estaban haciendo?
—Señorita Molina, está equivocada, no es lo que piensa. —Ofelia intentó explicarse y se levantó de la cama, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo, temblando de dolor.
Con los ojos llenos de lágrimas, miró a Ignacio en busca de ayuda, pero él solo frunció el ceño ligeramente.
Ignacio se giró hacia Sabrina, apretó los labios y comenzó a explicar:
—Casi la matan esta noche. Me la encontré por casualidad. No es lo que piensas.
—Ah, ¿sí? ¿Y sabes que a mí también casi me matan esta noche? Si no fuera porque tuve suerte… —Sabrina negó con la cabeza y sonrió con amargura—. Mientras tú protegías a otra mujer, ¿dónde estabas para tu propia esposa?
Al ver a Ofelia, recordó las palabras del asesino.
¿Sería Ofelia quien estaba detrás del encargo?
¿Era demasiada coincidencia que justo esa noche le pasara algo a ella y que, casualmente, se encontrara con Ignacio?
Tantas coincidencias no podían ser casualidad, tenían que ser planeadas. Como lo que había hecho Petrona esa noche, que no era más que una artimaña para llevarla a la Villa de la Luna.
Así que ya se habían aliado.
Ignacio frunció el ceño, preocupado.
—¿Qué te pasó esta noche?
—Mejor ocúpate de la hermana de tu salvador. En cuanto a mí, no necesito tu preocupación. —Dicho esto, Sabrina se dio la vuelta para irse.

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