Los guardaespaldas conocían a Sabrina y, por supuesto, no se atrevieron a contraatacar, limitándose a defenderse.
Viendo que la situación se descontrolaba, Ignacio supo que si continuaba así, la relación entre ambos solo empeoraría.
—¡Alto! Déjenla ir.
Al oír sus palabras, Sabrina se detuvo. Los guardias que custodiaban la puerta se apartaron para dejarle paso.
—Sabri, espera a que te calmes esta noche. Mañana iré a buscarte —dijo Ignacio con voz suave.
Sabrina, con el rostro serio, no respondió y se marchó a toda prisa.
Ignacio la observó alejarse hasta que desapareció de su vista. Entonces, se giró hacia Petrona, que había estado observando la escena.
—Cuñada, qué bien actúas —dijo con voz gélida.
Solo sus hombres de confianza sabían que había traído a Ofelia a la Villa de la Luna. ¿Cómo se había enterado Petrona? Era evidente que Ofelia se lo había contado.
Petrona, volviendo en sí, se apresuró a explicarse.
—Ignacio, no tengo nada que ver. Vi a Sabri salir sola tan tarde y por eso la seguí.
—Acompáñenla a la salida —ordenó Ignacio con frialdad. El mayordomo se adelantó e hizo un gesto de invitación—. Señora Petrona, por aquí, por favor.
Una vez que Petrona se fue, Ignacio subió a la habitación de Ofelia.
Antes de que pudiera decir nada, Ofelia se adelantó.
—Señor Guerrero, ¿le explicó todo a la señorita Molina? No quiero que discutan por mi culpa.
Ignacio la miró, impasible, su voz helada.
—¿Acaso no era ese el resultado que querías?
El corazón de Ofelia dio un vuelco y apretó las manos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y miró a Ignacio con una expresión lastimera.
—¿Qué?
—Por respeto, deberías llamarla cuñada o señora Guerrero, no señorita Molina.
La forma en que una mujer se refiere a la pareja de un hombre revela fácilmente sus intenciones.
Las que tienen segundas intenciones y no la aceptan, como Ofelia, la llaman señorita Molina.
Mientras que las que, como Adriana, no tienen segundas intenciones y la aceptan, la llaman cuñada.
Ofelia dejó de llorar de repente, con una expresión de incredulidad en sus ojos. ¿Tan inquebrantable era su relación?
—Piénsalo bien. Si vuelves a intentarlo, no le tendré ninguna consideración a Romeo. —Dicho esto, Ignacio maniobró su silla de ruedas para marcharse.
Apenas se fue, Ofelia mostró su verdadera cara. Empezó a lanzar al suelo todo lo que había en la cama, en un arrebato de furia. En ese momento, parecía no sentir dolor en sus manos, o quizás sus heridas no eran tan graves como aparentaban.
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