*Ring, ring, ring.*
El teléfono sonó de repente. Ofelia respiró hondo varias veces para calmarse y luego contestó. Al otro lado se oyó la voz de Petrona.
—Ofelia, ¿cómo te ha ido?
—Se ha dado cuenta de que lo de esta noche era una trampa y me ha advertido que si lo vuelvo a intentar, ni siquiera el recuerdo de mi hermano me salvará.
Petrona contuvo el aliento y la advirtió rápidamente.
—Entonces, compórtate durante un tiempo, no te cruces más en su camino.
—Ignacio es un hombre de palabra, despiadado, no es alguien con quien puedas jugar.
—Al principio pensé que, mientras no me pasara de la raya, por consideración a mi hermano, me trataría con cierto respeto. Nunca imaginé que me pondría las cosas tan claras.
Esa noche fue cuando se dio cuenta de que la persona a la que Ignacio se sentía en deuda era su hermano, no ella.
Todo lo que tenía hoy se lo debía a la muerte de su hermano.
—Eres demasiado ingenua. ¿De dónde crees que viene el apodo de “Rey Demonio”?
Ofelia apretó los labios. Se sentía frustrada. No quería volver a su vida anterior, y acercarse a Ignacio era su única salida.
—Pero no te desanimes, los días de vino y rosas de Sabrina están contados —dijo Petrona con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué? —preguntó Ofelia, confundida.
Petrona respondió con indiferencia:
—El hermano de Julieta ha vuelto. Es un pez gordo de la mafia, conocido como Rubén López.
—Sabrina ha hecho mucho daño a Julieta. ¿Crees que Rubén, que adora a su hermana, la dejará en paz?
Al oír esto, Ofelia se animó y empezó a preguntar por Rubén.
Petrona le contó todo lo que sabía. Rubén no solo era el capo de la mafia de Clarosol, sino que sus negocios se extendían por todo el mundo.

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