—Efectivamente, es esa zorra de Sabrina. Por un momento pensé que me había equivocado. —Quien hablaba era Rubén. Acababa de entrar en el hospital cuando la vio y decidió seguirla.
Su mirada se posó en la consulta a la que se dirigía Sabrina: urgencias de hematología. Su expresión se ensombreció de inmediato, y le susurró unas instrucciones al guardaespaldas que lo acompañaba.
Acto seguido, se dirigió a la habitación de Julieta.
Desde el accidente, Julieta había permanecido en el hospital. El equipamiento médico era mejor y contaba con personal especializado para su rehabilitación. Su estado mejoraba día a día.
—¡Hermano, por fin has vuelto! —Al ver a Rubén, las lágrimas de Julieta brotaron incontenibles. Extendió los brazos, anhelando un abrazo.
Rubén no podía creer que, en su ausencia, su hermana hubiera quedado tetrapléjica.
¡Ella, que tanto amaba la belleza! Pasar el resto de su vida postrada en una cama, ¿no sería como matarla?
—¡Julie! —Rubén se acercó rápidamente y la abrazó—. Es culpa mía, no organicé bien las cosas. Nunca pensé que al volver te encontraría así.
Julieta negó con la cabeza, su voz ronca por el llanto. Se secó los mocos en la camisa de Rubén.
—No, no es culpa tuya, hermano. Todo es por esa desgraciada de Sabrina. ¡Ella me ha hecho esto!
—No la dejaré en paz. Aunque me cueste la vida, me la llevaré conmigo. Mi vida ya está arruinada, y ella no se saldrá con la suya.
Rubén intentó calmarla.
—Tranquila, ya he vuelto. Todos los que te han hecho daño pagarán por ello.
—Además, he traído de vuelta a unos médicos especialistas en columna vertebral. Han visto tu caso y están seguros de que pueden curarte.
Al oír esto, los ojos de Julieta se iluminaron. Agarró los brazos de Rubén con nerviosismo.
—Hermano, ¿no me estarás mintiendo? ¿De verdad podré volver a caminar?

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