Decir que no sentía rencor sería mentira. Había dedicado su juventud y su tiempo a él, para al final perderlo todo. ¿Quién podría aceptarlo sin más?
—Dejémonos de rodeos, solo te pregunto una cosa: ¿vas a romper con él o no? —El rostro de Adriana se endureció. Si esta vez tampoco estaba dispuesta a romper, de verdad que le abriría la cabeza para ver si la tenía hueca.
Esta vez, Melina no dudó.
—Claro que sí, pero tienen que ayudarme con algo.
¡Tienen!
Evidentemente, incluía a Sabrina.
—¿En qué quieres que te ayudemos? —preguntó Sabrina con curiosidad y una sonrisa.
Si podía ayudar a una chica a salir del abismo, no le importaba pasar por algunas dificultades.
Melina apretó los puños y fulminó con la mirada a Tania y a Germán.
—Quiero que les den una paliza a ese par de perros. Sé que las dos son muy buenas peleando, los dejarían hechos polvo.
—¿Ah, sí? ¿Parezco yo una persona violenta? —dijo Sabrina, señalándose a sí misma con modestia.
Melina la miró de reojo y dijo sin rodeos:
—Mi hermana dice que eres la que mejor pelea.
Adriana, a su lado, se quedó sin palabras.
Era cierto que lo había dicho, pero ¿por qué Melina tenía que ser tan indiscreta? Una cosa era pedirles que les dieran una paliza, ¿pero era necesario revelar todo lo demás?
—¿Alguna vez me has visto pelear? —Sabrina se acercó a Adriana, entrecerrando los ojos.
Tenía la sensación de que Adriana sabía muchas cosas. Pero si apenas se conocían…
—Ja, ja, me lo dijo Nacho. Dijo que eres tan buena con las palabras como con los puños, una auténtica fiera. —Adriana intentó desviar la atención.
Sabrina se dio cuenta, pero no dijo nada. Sin embargo, su curiosidad por Adriana aumentó.
Adriana cambió de tema y le preguntó a Melina:
—Dime, ¿cómo quieres que te ayudemos a darle una lección a ese canalla?

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