—Era estudiante. Acabo de licenciarme, como dice en mi currículum.
—Sí, eso dice. Pero de ahí a que sea verdad…
—Si no me cree, señorita Molina, puede ir a mi universidad y comprobarlo.
Sabrina agitó la mano.
—No, eso demostraría una gran falta de confianza.
—No se preocupe. Mi historial está limpio, puede investigarlo sin problema —dijo Matías con una sonrisa.
Sabrina le dio una palmada en el hombro.
—Si te contraté, es porque confío en ti. Haz bien tu trabajo y no te arrepentirás. Cuando mi esposo despierte, le contaré lo bien que lo cuidaste mientras estaba en coma.
—Es solo mi trabajo.
—Tú solo hazlo bien. Pero ten cuidado. Te has ganado algunos enemigos en esta casa y me preocupa que intenten hacerte algo.
Ni Camilo ni Betina eran personas con las que se pudiera jugar. Especialmente Camilo, que era retorcido y astuto. Temía que pudiera tenderle una trampa a Matías.
—Acepté su dinero, así que haré mi trabajo lo mejor que pueda. Y, para serle sincero, ellos no me preocupan en lo más mínimo.
—Me gusta tu actitud. Tienes agallas —dijo Sabrina, cada vez más satisfecha con su elección.
***
Al atardecer, a excepción del hermano mayor, Emilio Guerrero, que estaba de viaje, el resto de la familia ya había regresado.
Cuando Felipe y Sabrina bajaron, se encontraron a todos en el salón con caras largas. Los más jóvenes ni siquiera intentaban disimular su enfado.
Sabrina enarcó una ceja. Sabía que esa noche habría problemas.
Y no se equivocó. En cuanto la vieron, Leandro se levantó y la señaló con el dedo.
—Sabrina, ¿cómo te atreviste a golpear a mi madre? ¿Crees que yo estoy pintado o qué?


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