Los ojos de Camilo, inyectados en sangre, no se despegaban de Sabrina. Parecía que quisiera arrancarle la piel a mordidas. Con la mandíbula apretada, le tiró en la cara:
—¡Ustedes dos armaron todo esto para que yo cayera! Ahora no tengo nada. ¿Ya están contentos? Al final, todos somos de los Guerrero, ¿por qué tenían que destrozarme así?
¿Todos de la familia? ¿Y todavía pregunta por qué?
Ignacio y Sabrina no pudieron evitar soltar una carcajada.
Sabrina lo encaró con un tono cortante:
—Si en tu corazón todavía quedara algo de respeto por Ignacio, ese hermano tuyo, o por mí, no lo hubieras presionado para que te regalara sin condiciones sus acciones y todas sus propiedades.
—¿Y qué? Al final yo no recibí nada, él ni siquiera firmó. Ahora soy yo el que perdió todo por su culpa —Camilo seguía buscando excusas, como si no quisiera aceptar la realidad.
—Además, Ignacio no sirve ni en la cabeza ni en el cuerpo. ¿De qué le sirve a un lisiado quedarse con Grupo Guerrero? ¿De verdad creen que los accionistas van a aceptarlo como líder?
Apenas terminó de hablar, no hizo falta que Ignacio ni Sabrina dijeran nada.
Algunos accionistas ya no aguantaron y salieron a defender a Ignacio:
—Camilo, ya te aguanté demasiado. Cuando tú estabas a cargo, Grupo Guerrero solo daba pérdidas. Y ni hablemos de los terrenos en los que invertiste, millones tirados a la basura de un día para otro.
—No tienes ni idea de cómo llevar el grupo. Menos mal que el señor Guerrero regresó apenas despertó y tomó el control de nuevo.
—En estos dos meses, él ha estado arreglando todo el desastre que dejaste. Y ni una sola queja. Pero tú, en vez de agradecer, querías engañarlo para que te regalara las acciones del grupo. No tienes vergüenza.
Otro accionista le siguió el ritmo:
—Gracias a que tu plan no funcionó, Grupo Guerrero no terminó en la ruina por tu culpa. Ahora lo que te pasa es solo consecuencia de tus propios actos, y no tienes a quién culpar.
—Ignacio me dejó sin nada y aun así lo defienden —Camilo soltó una carcajada desdeñosa, murmurando entre dientes—: Claro, todos ustedes no son más que sus perros. Los perros siempre se quedan con el amo. Solo tengan cuidado de que no les quite también sus acciones, y ahí sí quiero verlos llorar.
Sus palabras no causaron ninguna reacción en los accionistas; al contrario, lo miraban con un poco de lástima. ¿Qué clase de persona tenía que ser para decir algo así?

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