—Cierra esa boca de mala suerte —espetó Ignacio, lanzándole una mirada molesta a Adriana.
—¡Ay, ya, ya! —Adriana se golpeó los labios y soltó—: Mejor ignora lo que dije, tómalo como si estuviera diciendo tonterías. Seguro Sabrina solo salió a dar una vuelta.
—Ve a revisar las cámaras —ordenó Ignacio, frotándose el entrecejo, visiblemente inquieto.
Adriana no tardó en obedecer.
Alegó que había perdido algo para que le permitieran acceder a las grabaciones, y el encargado de la seguridad no le puso ningún pero.
Después de unos treinta minutos de revisión, por fin dio con algo y corrió a decírselo a Ignacio.
—Nacho, en las cámaras se ve que Sabrina fue llevada por un anciano, y por cómo se veía antes de subirse al carro, parece que la drogaron.
Ignacio cerró los ojos, agotado. Tal y como temía, todo el mundo a su alrededor estaba sufriendo algún percance. ¿Acaso todo esto iba dirigido a él?
—Busca apoyo y sigan rastreando a Sabri —indicó con voz ronca.
Adriana asintió, queriendo decirle algo para animarlo, pero no encontró las palabras.
En ese momento, cualquier consuelo parecía inútil.
...
En otro sitio, Sabrina fue llevada a un sótano oscuro.
Tenía las manos y los pies amarrados. A su alrededor, escuchaba ruidos extraños, como si ratones corretearan cerca o cucarachas cruzaran el piso.
La oscuridad era tan densa que no lograba ver ni siquiera su propia mano. Llevaba un buen rato ahí, tirada, sin que nadie se acercara, hasta que de repente, un altavoz colgado en el techo soltó una voz.
—Hola, preciosa —la voz masculina hablaba español con un acento extranjero tan marcado que Sabrina apenas lo entendía.
—¿Por qué me trajiste aquí? ¿Quieres dinero? —preguntó ella, tratando de mantener la calma.
—¡No! Me pagaron para acabar contigo —respondió el hombre, sin rodeos.

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