A Sabrina no le importó en lo más mínimo.
—Puedes echarme ahora mismo si quieres.
Siendo sinceros, que Camilo no la echara era algo que no cuadraba, no encajaba para nada con el tipo de persona que se suponía que era.
—No hago cosas de tan mal gusto, no es mi estilo —dijo Camilo sin una pizca de vergüenza. ¿Acaso no se le ocurrió pensar que era de mal gusto cuando pagó millones para publicar los datos de Sabrina en la Darknet?
Sabrina se echó a reír.
—Como si no lo hubieras hecho antes. ¿Necesitas que te lo recuerde?
La mirada de Camilo titubeó y cambió de tema a propósito.
—No es momento para discutir. Mejor deberíamos pensar en cómo salir de aquí, ¿o acaso quieres quedarte sentada esperando la muerte?
—Estamos en un crucero. No hay lanchas rápidas ni salvavidas. Aparte de esperar, ¿qué más podemos hacer?
—Además, aunque consiguieras un salvavidas, el crucero ya lleva mucho tiempo navegando. Te quedarías sin fuerzas antes de llegar a la mitad del camino al muelle —añadió Sabrina.
Camilo frunció el ceño.
—¿Entonces vamos a esperar a que nos maten?
—¿De qué tienes miedo? Tu tío vendrá, de eso estoy segura. —Sabrina confiaba en Ignacio.
—Lo que temo es que, para cuando llegue mi tío, ya nos hayan sacado los órganos y nos hayan tirado al mar para alimentar a los tiburones.
—Tranquilo, eso no va a pasar.
—¿Tanta fe le tienes?
Sabrina negó con la cabeza.
—La fe la tengo en mí misma.
—¿Y quién te dio el valor para tenerte tanta confianza? —se burló Camilo sin piedad—. Eres una mujer que no podría ni con una gallina. Para ellos, matarte sería tan fácil como aplastar una hormiga.
—Matarte a ti sí sería tan fácil como aplastar una hormiga, pero yo no soy como tú.
Las palabras de Sabrina hicieron que Camilo soltara una carcajada. Su mirada burlona se posó en ella. ¡A ver si seguía riéndose en un rato!

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