—Quizás puedas entenderlo de esta manera: lo que te ocurrió antes del accidente te ha dejado una herida emocional —explicó Julián, tras reflexionar un momento.
Ignacio recordó el ataque, y sus manos comenzaron a temblar. Sus ojos se enrojecieron y las venas de su frente se marcaron, como si contuviera un gran dolor.
Sabrina, al verlo, le tomó la mano instintivamente.
—Tranquilo, ya ha pasado —le susurró.
Era evidente que el ataque le había dejado un profundo trauma.
—Estoy bien —dijo Ignacio, recuperando la compostura y forzando una sonrisa, aunque por dentro, una tormenta de emociones lo agitaba.
Julián clavó su mirada en los ojos de Ignacio y dijo, enigmático:
—La cura para tu mal está dentro de ti.
Esa herida sería difícil de cerrar.
Ignacio guardó silencio.
Sabrina, preocupada, se dirigió a Julián.
—Además del problema psicológico, ¿qué otro tratamiento necesita?
—Curar su mente es más importante que cualquier otra cosa —respondió Julián, con sinceridad.
—Entonces, ¿no necesita ningún tratamiento para las piernas?
—Le recetaré unas hierbas, pero, como ya he dicho, si quiere volver a caminar, tiene que superar su bloqueo mental.
Sabrina miró a Ignacio, preocupada. ¿Qué le habría pasado en aquel ataque para que un hombre tan fuerte como él hubiera quedado con secuelas psicológicas?
Tras recoger la receta, se marcharon.
—Así no podemos seguir —dijo Sabrina, una vez en el carro—. ¿Y si vamos a un psicólogo? Quieres volver a caminar pronto, ¿verdad?
Ignacio apretó los labios y, volviendo la cabeza hacia ella, dijo:
—Dame un poco de tiempo. Puedo superarlo.
—¿Qué te hicieron esos asesinos el día del ataque? —insistió Sabrina.
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