La alarma sonó y Tania se puso verde de la vergüenza, deseando que la tierra se la tragara. Sus compañeras, al oír la alarma, no pudieron evitar reírse por lo bajo. ¿Quién iba a imaginar que Sabrina tendría un as bajo la manga y habría instalado un artilugio así en su cajón?
Las risas de sus compañeras la abochornaron tanto que se dio la vuelta y salió corriendo.
La noticia no tardó en llegar a oídos de Sabrina, que se atragantó de la risa mientras comía. Se lo había imaginado. Sabía que Tania intentaría echar un vistazo a su diseño, así que había colocado un sensor en el cajón que se activaba al abrirse. Por supuesto, cuando ella estaba en su puesto, lo desactivaba.
Tania, con su bandeja de comida, se sentó frente a Sabrina. Lejos de sentirse avergonzada por lo que había hecho, culpó a Sabrina.
—Lo has hecho a propósito, para humillarme como ayer.
Sabrina la miró, incrédula. ¿Encima de que la pillan con las manos en la masa, se queja? ¿Estaba loca?
—Sí, lo he hecho a propósito. ¿Qué vas a hacer, pegarme?
Al oír la confesión de Sabrina, Tania rechinó los dientes de rabia.
—No te creas tan importante, Sabrina —resopló—. Te voy a ganar. El premio del Concurso de Diseño de Moda será mío.
Sabrina no entendía de dónde sacaba Tania tanta confianza. No tenía estudios, ni talento. Si no fuera porque Camilo la trataba como a una joya, no sería nadie.
—¿Piensas sobornar a los jueces para ganar el concurso? —preguntó Sabrina, dejando a un lado los cubiertos y apoyando la barbilla en las manos, con una sonrisa burlona.


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