Aun así, había que guardar las apariencias. Camilo le devolvió la sonrisa y, con aire de anfitrión, le dijo:
—No te cortes, estás en tu casa.
—Claro que no me corto. De hecho, pensaba quedarme a dormir.
Al oírla, todos los presentes la miraron, frunciendo el ceño. ¡Qué descaro! ¿Se lo había tomado en serio?
Sobre todo Ignacio, que frunció el ceño hasta formar una arruga en el entrecejo. ¿Qué demonios pretendía Adriana?
—¡Tengo mucha hambre! ¿Podemos empezar a cenar ya? —dijo Adriana, sacudiendo el brazo de Sabrina con un tono infantil y un deje de coquetería.
A Sabrina se le puso la piel de gallina. ¿A qué venía ese tonteo con ella?
—Ejem, ya estamos todos. Podemos empezar.
Sabrina aprovechó la oportunidad para soltarse y se sentó junto a Ignacio. Adriana, sin inmutarse, se sentó rápidamente a su lado y empezó a hablarle animadamente.
Camilo observaba la escena y, al ver a Ignacio en silencio, una sonrisa burlona se dibujó en sus labios. Parecía que se avecinaba un buen espectáculo.
Después de cenar, Adriana, tal y como había dicho, se quedó a dormir. Ángel le preparó una habitación de invitados.
Cada uno se retiró a su dormitorio, pero al poco rato, Adriana llamó a la puerta de Sabrina.
—¿Qué pasa? —le preguntó Sabrina al abrir, frunciendo el ceño.
—No puedo dormir, ¿me acompañas a dar un paseo por el jardín? —le propuso Adriana.
Sabrina tuvo la sensación de que Adriana quería hablar con ella a solas, y aceptó.
—Si llevan tantos años juntos, ¿cómo es que nadie lo sabe? —le preguntó Sabrina, señalando una incongruencia—. Según tengo entendido, Julieta quería emparejarte con Camilo.
—¿Incluso sabes eso? —dijo Adriana, enarcando una ceja con una sonrisa, como si algo que sospechaba se hubiera confirmado.
Sabrina se calló de repente. Lo de que Julieta quería emparejar a Camilo y Adriana lo había sabido en su vida pasada. Julieta lo había mantenido en secreto para que nadie le arruinara los planes. Probablemente temía que Betina y Petrona, al enterarse, animaran a sus propios hijos a cortejar a Adriana.
—¿Y qué pretendes contándome todo esto? ¿Que te devuelva a Ignacio? —preguntó Sabrina.
—¡Ja, ja, ja! No, para nada. La verdad es que solo estaba bromeando contigo —dijo Adriana, al ver la seriedad de Sabrina.
Sabrina la miró, confundida. ¿Qué quería decir? ¿Estaba jugando con ella?
—Nacho y yo somos como hermanos, de verdad —le explicó Adriana, tomándola de la mano—. Entre nosotros nunca habrá nada más que una amistad a prueba de balas.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Reencarné y mi Esposo es un Coma