—Es un hipócrita, ¿a quién le podría gustar? —respondió Adriana con desdén.
—Parece una buena persona…
—¿Si es bueno o no, no lo sabes tú mejor que nadie? —la interrumpió Adriana. Al darse cuenta de que su comentario había sonado un poco hostil, añadió—: Quiero decir, ustedes crecieron juntos, conoces mejor su forma de ser.
Sabrina no emitió ningún juicio sobre Camilo. Tampoco conocía bien a Adriana y no tenía idea de lo que realmente pensaba.
—Ah, por cierto, esto es para ti. Considéralo un regalo de bienvenida —dijo Adriana, entregándole un joyero a Sabrina. —¿Por qué no lo abres a ver si te gusta?
Sabrina lo abrió y vio un brazalete. No parecía de jade ni de ágata, ¿quizás era de madera?
—Es un brazalete de palo santo, hecho por mí. No lo encontrarás en ninguna tienda —explicó Adriana.
—El palo santo es para alejar las malas energías, ¿verdad?
¿Acaso últimamente estaba rodeada de mala suerte? Adriana le había dado un amuleto y ahora un brazalete de palo santo.
—Sí, póntelo a ver qué tal te queda —la animó Adriana.
Para no despreciar su amabilidad, Sabrina se lo puso. Le quedaba perfecto.
—No te lo quites ni para bañarte, esta madera es buena para el espíritu —le recomendó Adriana.
—De acuerdo.
Adriana bostezó, tapándose la boca con la mano.
—Volvamos a descansar.
—Adelántate tú, yo me quedaré un rato más —dijo Sabrina, mirando a Camilo, que seguía de pie bajo el árbol.
—Bueno, entonces me voy —respondió Adriana. Poco después de que se fuera, Camilo se acercó.
—Tu rival ya ha venido a reclamar su territorio. ¿Cuántos días crees que te quedan como la señora Guerrero? —le dijo con un deje de burla.
—Y eso, ¿a ti qué te importa? —replicó Sabrina, sin molestarse en aclarar el malentendido.
—¿Qué podrías darme tú? Ahora que Ignacio ha despertado, tanto la mansión como el Grupo Guerrero le pertenecen.
—¿Te gusta mucho Ignacio? —le preguntó Camilo.
—Quiero una vida de lujos, y aunque Ignacio esté temporalmente lisiado, con él no me faltará de nada —respondió Sabrina, sin contestar directamente.
—Quizás antes, pero ahora está Adriana —continuó Camilo, intentando sembrar la discordia—. Nadie conoce a Ignacio mejor que yo. Es un hombre calculador, indiferente a los sentimientos y, sobre todo, a las mujeres. Solo las que le son útiles reciben una pizca de su afecto.
Sabrina bajó la cabeza y sus hombros empezaron a temblar.
Camilo, pensando que estaba llorando, se acercó y le puso una mano en el hombro.
—No te preocupes, me tienes a mí —le susurró.
Al oírlo, los hombros de Sabrina temblaron aún más, como si no pudiera contener el llanto. En realidad, se estaba aguantando la risa.
—Después de lo que le hice a tu madre, ¿no me odias? —dijo Sabrina, levantando la cabeza y mirándolo a los ojos.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Reencarné y mi Esposo es un Coma