El cuerpo de Nataniel se desenfocó y apareció frente a Noel en un abrir y cerrar de ojos. Noel comenzó a temblar cuando su mirada se cruzó con la de Nataniel; era como estar mirando un oscuro y profundo abismo que, sin saber por qué, lo hizo sentir minúsculo. La expresión en su rostro reflejaba terror y sorpresa, mientras preguntaba:
—¿Quién eres, exactamente?
Nataniel le respondió en un tono gélido:
—Tú no mereces saber quién soy; ¡considéralo como un gran honor que un criminal como tú muera por mi mano!
Cuando las palabras de Nataniel dejaron sus labios, su mano izquierda salió disparada y agarró la garganta de Noel. Luego lo levantó por el cuello con facilidad hasta que sus pies no tocaron el suelo, como si el hombre no pesara nada. Antes de que Noel pudiera decir nada, Nataniel apretó su agarre hasta que escuchó el «crac» sonoro de su tráquea al romperse.
Luego de tirar el cadáver a un lado, Nataniel se dio la vuelta con el ceño fruncido para ver el campo de batalla a sus espaldas. El suelo de la Mansión Draco estaba plagado de más de doscientos hombres muertos o heridos, todos del bando de Noel. El resto de los subordinados de Noel, que ya estaban atemorizados por la violenta conducta de César Díaz y su equipo, perdieron su deseo de seguir luchando al presenciar la muerte de su jefe. Todos tiraron sus armas, mientras se ponían de rodillas para pedir clemencia. César, Tomás y los otros ocho miembros de su equipo estaban rodeados de los cuerpos sin vida de sus enemigos, y parecían diez demonios parados en medio del infierno.
El rostro de Nataniel no mostraba ninguna expresión, mientras sostenía sus manos detrás de su espalda, parado bajo el cuadro del dragón. Parecía un emperador que escrutaba a sus súbditos.
Durante la batalla, César había eliminado a 58 hombres, mientras que Tomás había acabado con 29. Tomás le dijo a César con admiración:
—No por nada es usted el capitán. Admito mi derrota con humildad.
César optó por no hacer ningún comentario sobre esto, mientras se volteaba para mirar a Nataniel y preguntarle con un tono respetuoso:
—General, ¿qué debemos hacer con los hombres que quedaron?
—Deja que Tomás se encargue de ellos. De ahora en adelante, él estará a cargo del bajo mundo de Ciudad Fortaleza. ¡No quiero que ningún sicario presuntuoso vuelva a causar problemas! —respondió Nataniel con gentileza.
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