A pesar de que Carlos y Félix eran hermanos, en realidad tenían madres diferentes. Carlos era el hijo legítimo de la familia Lobaina, mientras que Félix era el hijo bastardo que su padre tuvo con la amante. Este era el motivo por el cual Carlos menospreciaba a su hermanito. Era evidente que entre ellos no existía ese amor fraternal, pues Carlos no parecía lamentar la muerte de su hermano cada vez que se hablaba de él. De hecho, en su voz se podía apreciar incluso un ápice de desprecio.
Los hermanos Sosa estaban un poco sorprendidos por la honestidad de Carlos y se movieron con torpeza. Entonces, Samuel respondió:
—Señor Carlos, usted fue muy astuto al deducir el motivo de nuestra visita. Sentimos mucho la muerte de su hermano. ¡Nosotros ansiábamos vengarlo! Sin embargo, ahora el bajo mundo le pertenece a Tomás Dávila, y él dejó muy claro que estaba prohibido tocar a Cruz. Ya no sabemos qué más hacer, así que, ¿usted podría hablarle bien de nosotros a su padre? ¡Por favor, convénzalo de que nos deje ir!
—¡Sí, eso! Lo recompensaremos en gran medida si hace esto por nosotros. —Pablo también hizo su aporte para intentar convencerlo.
Carlos frunció el ceño mientras miraba a los dos hombres.
—La familia Sosa siempre ha sido una muy buena aliada de los Lobaina. ¿Quién iba a decir que los Sosa caerían tan bajo en estos últimos años? ¡Ni siquiera pueden encargarse de alguien tan insignificante como el rey del bajo mundo de Ciudad Fortaleza! Les propongo algo, yo me encargaré personalmente de eliminar a Nataniel Cruz y Tomás Dávila, y ustedes preparan cien millones para que me los entreguen como recompensa. Cuando mate a Cruz, ustedes le entregarán a mi padre el proyecto de Penélope Sosa, como ya habían acordado. Entonces, yo le hablaré a mi padre de ustedes, y así nos aseguraremos de que él los perdone.
Los hermanos se quedaron anonadados con la respuesta del hombre.
—Señor Carlos, le informo que Cruz y Dávila no son los debiluchos con los que usted lidia a menudo. ¿Está seguro de que quiere encargarse de ellos personalmente?
—Cuando el gato no está en casa, los ratones hacen fiesta. ¿Qué son ellos comparados con el poder de la familia Lobaina? —dijo el heredero de los Lobaina con arrogancia.
Los hermanos lo volvieron a pensar y tuvieron que aceptarlo. La familia Lobaina era una de las más poderosas e influyentes en Alameda; librarse de Cruz y de Dávila sería tan fácil para ellos como quitarle un caramelo a un niño.
—Entonces, los Sosa deberíamos agradecerle, Señor Carlos —dijo Samuel con una sonrisa ladina en sus labios, mientras levantaba su copa para brindar.
Nataniel se despertó en cuanto el primer rayo de luz se coló por la ventana. Reyna, que había estado durmiendo en el medio de la cama, rodó hacia el otro lado y abrazó con fuerza su osito de peluche mientras dormía. A pesar de que Penélope había «insistido» en que ella y Nataniel durmieran separados a ambos lados de la cama con su hija entre ellos, ahora la mujer estaba muy contenta enroscada con él; sus manos estaban abrazadas al cuello del hombre mientras ella dormía profundamente. Los ojos del hombre tenían un leve matiz de satisfacción.
Ya él había perdido la cuenta de cuántas veces esto había sucedido. Todas las noches, sumida en un profundo sueño, ella rodaba en la cama hasta llegar a su lado y abrazarlo. Él siempre fingía que se despertaba después que ella para evitar que la mujer se enfadara por la vergüenza.
Él estaba observando el hermoso rostro que tenía a solo unos cuantos centímetros, cuando su mirada se posó en los exuberantes labios rosados de Penélope. Su corazón comenzó a latir desbocado mientras sentía la urgente y repentina necesidad de besarla. Luego se dio cuenta de que, por desgracia, las pestañas de Penélope comenzaron a temblar antes de que tuviera oportunidad de saciar sus deseos. «¡Ella se está despertando!». Nataniel cerró sus ojos con rapidez para fingir que aún estaba dormido. La mujer se movió en sus brazos, justo como él anticipó, y luego la escuchó murmurando,
—Oh no, ¿por qué volví a rodar hasta sus brazos mientras dormía? Por suerte, él tiene el sueño bastante pesado, pues siempre me estaría recordando este momento de no ser así.
Penélope se separó de él con cuidado y luego suspiró aliviada. Ella no alcanzó a ver la sonrisa que se formó en los labios del hombre que supuestamente seguía dormido.

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