Punto de Vista de Judy
—¿Mi madre era una forastera? —pregunté, sintiendo que el pecho se me oprimía y mi estómago se convertía en un nudo.
Mis padres se miraron entre sí, con una tristeza silenciosa reflejada en los ojos. Mamá tenía lágrimas contenidas que brillaban bajo la luz, mientras los recuerdos parecían devolverla al pasado. Habían pasado unos veintitrés años desde que todo eso ocurrió y yo sabía que mi madre no podía tener hijos, pero ahora comprendía que su tristeza venía de algo mucho más profundo.
—Lo era —respondió mi padre finalmente—. Y antes de marcharse, nos hizo un regalo a tu madre y a mí...
—No me quería —susurré, con la voz temblorosa; sentí el peso de esas palabras aplastándome el alma. Mi madre no había muerto, ni la habían obligado a entregarme... simplemente no me quiso. Así de sencillo.
—Cariño... era tan joven —repuso mamá con dulzura, extendiendo la mano para tomar la mía—. Era una loba sin manada, sin hogar. Había pasado por varios lugares, y ninguno de ellos fue bueno. Hablamos mucho mientras estaba en trabajo de parto, y cuando comenzó a confiar en nosotros, me contó más de su vida.
—¿Y qué fue lo que te dijo? —pregunté con amargura, incapaz de contener el resentimiento que me subía por la garganta.
—Se enamoró de un forastero como ella y quedó embarazada —explicó mamá, su voz temblaba—. Sus padres eran adinerados, controladores, y no precisamente buenos. La trataban como si fuera una posesión, no una hija. El único que la había querido de verdad, su padre biológico, murió cuando ella era pequeña. Entonces, su madre se volvió a casar con otro hombre... un hombre que ya tenía hijos.
Mamá hizo una pausa, intentando ordenar los recuerdos, así que me quedé en silencio, con un nudo en la garganta que me impedía respirar.
—Tu madre, Meg, nunca se llevó bien con sus hermanastros, sobre todo con el mayor, que era cruel y mezquino... no me contó muchos detalles, pero entendí que le tenía miedo, más que a nadie. Intentó escapar de casa varias veces, y la última vez que huyó, conoció a un joven forastero de su misma edad y se enamoraron casi al instante. Pero la encontraron y la llevaron de nuevo a casa por la fuerza.
Vi cómo a mamá se le llenaban los ojos de lágrimas otra vez. Quise abrazarla, pero me quedé quieta; necesitaba escuchar toda la historia, aunque me doliera.

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