Daisy no podía evitar sentirse tensa, como si tuviera un nudo en la garganta.
Jamás pensó que todo sería tan simple.
Quizá, para Oliver, su partida no significaba nada.
Mejor así.
¡Mucho mejor!
A partir de ahora, cada quien por su lado, sin deberse nada y buscando su propia felicidad.
Vanesa, que había estado con los nervios de punta, se relajó un poco al escuchar lo que dijo Oliver, y los labios se le curvaron en una ligera sonrisa.
Pero Oliver mantenía la mandíbula tan tensa que parecía hecha de piedra, y en sus ojos se escondía una tormenta a punto de desatarse.
—Todo se hará conforme al contrato. Si hoy pagas la penalización por romperlo, hoy mismo te puedes largar. Nadie te va a detener —soltó, sin piedad.
Cada palabra fue un golpe directo al corazón de Daisy.
Otra vez había sobrevalorado a Oliver.
No podía esperar compasión de alguien tan calculador como él.
En un rincón al que nadie prestaba atención, Vanesa apretó los labios, conteniendo alguna emoción.
¿De verdad Oliver solo quería el dinero de la penalización? ¿Era por eso que no dejaba ir a Daisy?
...
Daisy pasó toda la tarde sin avanzar en el trabajo, solo encorvada frente a la computadora, revisando una y otra vez ese contrato larguísimo que había firmado cuando no estaba pensando con claridad.
El equipo legal de Grupo Prestige no era ningún chiste.
Por más que buscó, no había ni una rendija por donde colarse.
O pagaba la penalización y esperaba que Oliver, en un arranque de generosidad, le aceptara la renuncia, o simplemente no había otra salida.
Ese descubrimiento la dejó sin fuerzas, sumida en la desesperación.
Por andar de impulsiva, ahora solo le quedaba arrepentirse.
Así es la vida: tarde o temprano pagas las tonterías de la juventud.
Si no podía pelear de frente, entonces solo quedaba relajarse y dejar que ese capitalista gastara en mantenerla de adorno.
Cuando el reloj marcó la hora, Daisy apagó la computadora y salió puntual, como siempre.
Ni bien entró al elevador, sonó su celular.
Era Oliver. Como si lo hubiera calculado, no llamó a la extensión de la oficina, sino directo a su celular.
Tendría que empezar a sincronizar el apagado del celular con el de la computadora.
Daisy contestó con fastidio.
Lo que Daisy no esperaba era que Yeray la llevara precisamente al ‘Estudio Creativo Solstice’.
—¿Qué pasa? —preguntó Yeray, al ver que Daisy se quedaba mirando el letrero sin moverse.
—Nada, no pasa nada —contestó ella, sacudiendo la cabeza.
—Esta tienda tiene buena fama en San Martín, aunque no sé si haya algún diseño que te guste —comentó Yeray, mientras entraban.
Por lo visto, Yeray ya había avisado con tiempo, porque la encargada salió a recibirlos con una sonrisa enorme.
—Estos son los últimos modelos que nos llegaron —anunció la encargada, mostrándoles varias opciones.
Daisy se fijó en un vestido lila claro y justo pensaba probárselo cuando la encargada contestó una llamada, se le cambió la expresión y, un poco apenada, dijo:
—Perdón, pero ese vestido ya está apartado para otra clienta.
A Daisy no le molestó. Eligió otro modelo sin problema.
Como tenía muy buena figura, cualquier cosa que se pusiera le quedaba bien. Así que no tardó nada en decidirse y dejar todo listo para la cena.
Yeray miró la hora. Era justo la hora de cenar, así que propuso:
—¿Vamos a comer algo?
...

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