Miguel se puso nervioso en cuanto escuchó que iban a tomar.
—No, no se puede. Daisy no se siente bien, no puede tomar.
La última vez que Daisy terminó intoxicada con alcohol, Miguel estuvo ahí, acompañándola en esa reunión.
Todo lo que pasó ese día se le quedó grabado. Aún tenía esa sombra en el corazón.
El doctor había dicho que, si hubieran llegado un poco más tarde, Daisy no la contaba.
Luis hizo una mueca, nada contento.
—¿Ahora resulta que subestimas a Daisy? Todo el mundo sabe que ella aguanta más que nadie. ¿O ya se te olvidó cuando fue con Oli al norte a negociar? Éramos veinte en la mesa, se aventó dos rondas y ni se despeinó. ¿Y ahora por tres copas ya no puede? ¿O es que depende de quién invita? ¿O es que no quieres darle la cara a Vane?
Vanesa, intentando suavizar la tensión, intervino con una sonrisa.
—Luis, déjala. Ayala también es mujer, tampoco hay que ponerle las cosas complicadas.
Luis no cedió.
—¿Yo cuándo he puesto las cosas difíciles?
Al terminar, volteó con Oliver, buscando respaldo.
—Oli, ¿a poco crees que estoy molestando?
Oliver apenas alzó los ojos, su mirada pasó por la cara de Daisy, pero su expresión seguía tan distante como siempre. Apenas se le curvó una esquina de la boca.
—No lo veo así.
Con eso, Luis se sintió más seguro.
—¿Ya ves? Si hasta Oli dice que no. Vane, eres demasiado buena onda, no como Daisy, que ya conoce todos los trucos del juego. Sabe cuándo hay que ceder y cuándo no.
Daisy escuchó el comentario de Luis, pero no le contestó. Solo miró fijo a Oliver.
Era como si tratara de encontrar algo diferente en su mirada.
Esperó que él interviniera, aunque fuera con un simple “ya déjenlo” o “no la frieguen”.
Un último intento antes de rendirse.
Pero Oliver no dijo nada.
En sus ojos solo había distancia.
En ese momento, Daisy entendió de golpe.
Sintió como si alguien le hubiera vaciado una cubeta de agua helada por la espalda, apagando de golpe lo último que le quedaba de esperanza.
Sonrió, un poco perdida, se inclinó y tomó la copa de la mesa. Habló despacio, con voz tranquila.
—La que no entiende las reglas soy yo. Me la tomo.
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