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Siete Años para Olvidar romance Capítulo 89

Esa noche, Oliver parecía incansable, como si hubiera perdido la noción del límite. Dejó varias marcas de dientes y moretones en la cintura de Daisy, como prueba de su descontrol.

Pero Daisy no se quedó atrás. En su cuello, dejó también huellas que no se borrarían tan fácil.

Él se dejó llevar, cada vez más desbordado.

Daisy solo pudo aferrarse a las sábanas, sus dedos dejando arrugas desordenadas en la tela.

Al final, cuando ya no le quedaban fuerzas, decidió cerrar los ojos y dejar que él hiciera lo que quisiera.

...

El sábado por la mañana, Daisy debía ir al hospital a recoger a Cintia que por fin salía de alta. Por eso, se despertó temprano.

Después de una noche tan desbordada, sus piernas apenas respondían cuando se levantó de la cama.

Mientras se cepillaba los dientes, Oliver entró al baño y, como si fuera lo más natural del mundo, la abrazó por detrás.

—Quédate un rato más conmigo, vamos a dormir otro poquito —murmuró, su voz ronca de sueño.

Daisy no le hizo caso. Terminó de enjuagarse la boca y solo entonces miró al hombre reflejado en el espejo; su tono era cortante, cada palabra iba marcada:

—Solo fue sexo de despedida, ¿para qué te pones tan intenso?

Oliver, que hasta entonces seguía medio dormido, despertó de golpe al oírla.

La miró con los ojos entrecerrados y, tras unos segundos de tensión, preguntó:

—¿Todavía sigues molesta?

¿Así que toda esa entrega de anoche era solo para contentarla?

Se había esforzado, sí, pero a decir verdad, había puesto su energía en el lugar equivocado.

Daisy se apartó de su abrazo y, en un tono tan tranquilo que hasta a ella le sorprendió, respondió:

—No hay nada que arreglar. Sólo fue que cada quien obtuvo lo que quiso.

Los ojos de Oliver se volvieron peligrosos.

—¿Cada quien obtuvo lo que quiso?

—Así es —respondió Daisy, dándose la vuelta para quedar frente a frente—. Somos adultos, presidente Aguilar, no me digas que ni eso entiendes.

La expresión de Oliver se volvió tan distante como nunca antes. Se quedaron mirándose por unos treinta segundos, hasta que él se dio la vuelta y salió del baño.

La puerta se cerró de golpe, el estruendo resonó en toda la casa.

Daisy sintió un alivio tan grande como si se hubiera quitado un peso del alma.

Mira, cuando uno deja de esperar algo de alguien, ya no queda espacio para decepcionarse.

...

Ese día el clima estaba tan bonito que hasta Daisy se contagió de buen humor.

—Pues aprovecha que estamos en el hospital y que te vea un doctor.

—Ya estoy bien, ma, vamos, el carro ya llegó.

Daisy tuvo que prometer varias veces que estaba bien para que Cintia se tranquilizara y caminaran juntas hacia la salida.

—Oye, creo que vi a Oli hace rato —comentó Cintia de repente.

El corazón de Daisy dio un brinco.

Cintia continuó:

—Pero no estoy segura, igual y me confundí.

Daisy respiró aliviada.

—Seguro que sí, te confundiste. Él está de viaje por trabajo, ni siquiera está en San Martín.

—Menos mal —Cintia sonrió, aliviada también.

Al fin de cuentas, la persona que creyó ver se parecía a Oliver, pero iba acompañado de una mujer joven.

Se veían bastante cercanos.

Definitivamente, debió ser solo una confusión.

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