—¡Oliver es de lo peor! ¡Siete años, Daisy! ¡No fueron siete días ni siete meses, ¡fueron siete años completos! ¿Cómo pudo tratarte así?
Después de esa llamada, Camila fue directo del aeropuerto al lugar donde estaba Daisy para recogerla y llevarla a casa.
Siempre que Daisy se sentía mal y Camila tenía tiempo, no dudaba en meterse a la cocina para prepararle algo delicioso.
Aparte de ser guapa y tener un cuerpazo, Camila cocinaba como nadie.
Cada vez que Daisy probaba algún platillo preparado por Camila, sentía como si las heridas del alma empezaran a sanar.
Camila solía decidir el menú según el ánimo de Daisy.
Si solo estaba triste, le preparaba tres platillos y una sopa.
Si el bajón era más fuerte, subía a cinco platillos y sopa.
Y si la veía derrumbada, Camila quería armarle todo un banquete, con comida suficiente para alimentar a un pueblo entero, y así intentar animarla.
Justo como esta noche.
A pesar de que también acababa de bajar del avión, tras dos meses seguidos viajando sin parar por el extranjero y necesitando un descanso urgente, ahí estaba Camila, metida en la cocina, esmerándose por prepararle a Daisy su comida favorita.
—Ya, manita, ya estuvo, no sigas cocinando, ¡ni de broma me voy a acabar tanta comida! —dijo Daisy, sin querer que Camila se cansara más de la cuenta, y la detuvo a tiempo.
Camila miró con atención el semblante de Daisy, asegurándose de que ya no estuviera tan triste como antes. Fue hasta que lo confirmó que se lavó las manos y se sentó a acompañarla a la mesa.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó Daisy.
Antes, solían echarse unas copas juntas, sobre todo en noches difíciles.
Pero esta vez, Camila fue muy clara:
—Sabes que no, tu estómago anda mal y aparte andas débil, mejor ni le busques. Échate más sopa, que esa sí te va a caer bien.
Daisy no pudo rebatirle, así que agarró la sopa.
La verdad, el alcohol podía quitar el dolor por un rato, pero terminaba destrozando a cualquiera.
Igual que Oliver.
Por eso, Daisy dejó el trago a un lado y le dio preferencia a la sopa caliente.
...
Ya en la noche, las dos compartieron la cama, platicando de todo y de nada, mientras el sueño las iba envolviendo.
Con Camila a su lado, Daisy, por fin, pudo dormir tranquila.
Sin pesadillas. Sin vueltas en la cama.
...
Daisy evitó su mirada y se quedó callada, tartamudeando un poco.
Al final, después de tanto insistir, Daisy confesó:
—Es que... a Oliver no le gustaba que me vistiera llamativa. Decía que así atraía a otros tipos.
—¡Ay, por favor! —Camila casi escupió la palabra, indignada—. ¡Eso es pura inseguridad y ganas de controlarte!
Antes, cuando Daisy seguía cegada por el enamoramiento, solía defender a Oliver.
Pensaba que era celoso porque la quería, y por eso ponía esas reglas.
Pero ahora, ni una palabra. Solo asentía con la cabeza, dándole la razón a Camila.
Los hombres son iguales.
...
A las diez en punto, Daisy llegó a la Corporación Marítima del Norte. El área de recursos humanos la recibió de inmediato.
Le hicieron varias preguntas sobre su experiencia y conocimientos. Daisy respondió sin titubear, dejando a todos muy satisfechos con sus respuestas.
—Por favor, espéreme un momento aquí. Voy a llevar su currículum al presidente Narváez para que lo revise —le dijo la responsable de recursos humanos, sonriéndole de oreja a oreja.

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