Capítulo ciento diez: Mensajes de amenaza
“Narra Sofia Galanis”
Mi suegra continúa hablando sin parar y yo la sigo detrás a paso lento ignorándolo todo. No puedo explicar lo que siento, pero es la sensación más horrible que he experimentado nunca.
Entramos a la tienda y la señora Cassia comienza a tomar prendas al azar para tirármelas encima y luego animarme a probármelas.
Es cuando estoy en el vestidor que mi móvil suena con una notificación. Medio desnuda, reviso la pantalla y entonces me encuentro con un mensaje que no tiene ni pies ni cabeza, pero me pone los pelos de punta.
"Si mi hija no puede ser feliz, tú tampoco lo serás."
Puedo reconocer el número y por ello un escalofrío me recorre el cuerpo de pies a cabeza antes de que empiece a temblar.
—¿Se puede saber qué haces, Sofía querida? —cuestiona mi suegra desde fuera—. Llevas media hora para probarte un par de vestidos de cóctel nada más.
Me coloco la ropa de inmediato y sin probarme nada, salgo del vestidor.
—¿Por qué estás vestida? —inquiere la señora con el ceño fruncido, ataviada en un juego de falda y camisa de dos piezas rojo pasión bastante provocativo.
—Nos vamos —expreso con gesto serio y no hace falta más para que mis órdenes sean cumplidas.
—¿Se puede saber qué te sucede? —pregunta mi acompañante con la expresión algo desconcertada.
¿Qué puedo decirle? Alguien me vigila, pero no tengo idea de quién sea.
—Nada, solo me duele un poco la cabeza.
Después del baño reconfortante intento descansar. Lo que encuentro imposible, ya que mi cama ha sido ursurpada por mi pequeña hija y olvidando lo pasado, me pongo a jugar con ella todo el día. Eventualmente, cuando la niña se queda dormida yo también lo hago.
Me despierto al sentir múltiples caricias en mi rostro. Al abrir los ojos me encuentro con la imagen de mi marido. Tengo las dos caritas que más adoro frente a mí junto a una gran bandeja con la cena para un batallón de personas.
Apolo y yo cenamos en la habitación, con nuestra hija como testigo. Luego la tarde pasa bastante lenta. Apolo se marcha otra vez para la empresa mientras que yo me entretengo en el jardín junto a mi suegra y mi hija. Ya en la noche, en la habitación cuando mi marido le da las últimas palmaditas en la espalda a una princesa griega bien dormida, contemplo la imagen esperando guardarla en mi mente como una fotografía que quedará grabada para siempre. Mi esposo deja a la bebé en su cuna y después viene hasta mí para acostarnos a dormir. Solo tendremos unas tres horas antes de que Ezzia se vuelva a despertar hambrienta.
Sus dedos llegan a mi nudo tenso de sensaciones. Frota y pellizca al mismo tiempo que lame mientras yo recorro toda su longitud. Estoy a punto de correrme, igual que él. Por eso aumenta la velocidad de sus caricias y yo de las mías.
Mi bajo vientre se tensa listo para liberar ese éxtasis que tanto retiene, hasta que lo suelto junto al primer chorro de su corrida que pasa por mi garganta como el mejor de los jugos. Saboreo en mi paladar su sabor. A lo que él me mira con una sonrisa.
—Precisamente no te he contado nada para evitarte el menor susto posible. Quería tener todo resuelto antes de contarte….
—¿Contarme qué? —insisto medio histérica—. ¡Por Dios habla!
—Tu familia está en la ruina, querida esposa —responde dejándome helada, porque mi sexto sentido me dice que hay más —. Los Pricenton están siendo procesados por malversación de bienes y lavado de dinero y tu padre está implicado en el delito. Están todos detenidos mientras que tu madrastra ha desaparecido.
—¡Dios mío! —jadeo sin control.
Mi padre está en la cárcel… no mentía cuando vino a verme y me dijo que estaba en problemas. Pero después de cómo me trató, de cómo me provocó un parto prematuro y aun así ni siquiera fue al hospital o al menos llamó para saber de mí, dejé de pensar en él. Porque tal vez sí no pensaba en lo ocurrido no dolería…
—En cuanto a tu hermana, Emma… —veo a mí marido vacilar y eso me pone de los nervios.
—¿Qué le pasa a mí hermana, Apolo? —insisto aunque en el fondo no sé si quiera saber.
—Emma y el imbécil de Archibald Princenton tuvieron un accidente de tráfico mientras trataban de escapar de la policía, Sofía —Apolo se acerca a mí para tomarme de las manos con fuerza y a la vez extrema delicadeza—. Tu hermana lleva dos semanas en coma... y los médicos no saben si despertará o no.
****Bueno, dice el viejo refrán que a cada santo le llega su hora. Y hoy le ha tocado a toda esa gente que tanto daño le hizo a Sofía por años. ¡Hoy habrá maratón final! Así que preparen moneditas para que no se lo pierdan. En unas horas nos volvemos a ver.****

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.