Capítulo cuatro: La arpía es mi empleada
“Narra Apolo Galanis”
Escuché un ruido y entonces, al alzar la vista, vi a la empleada tendida en el suelo. ¡Lo que me faltaba! Bonita forma de empezar el día. Mi secretaria corrió a socorrer a la joven y tras un resoplido, rodeé la mesa para alcanzarla.
—Avisa a uno de los choferes y llama al hospital —ordené sin llegar. No obstante, cuando me agaché para ver a la empleada, abrí los ojos de par en par—. ¡La madre que…!
Había pasado un mes y su aspecto era diferente al de la mañana en que la conocí, pero era ella. La mujer que se había metido en mi cama bajo artimañas. ¡Qué hacía aquí? ¿Trabajaba en mi empresa? ¿Era una infiltrada de la competencia, por eso se había unido al complot para sacarme de juego hacía un mes?
La cabeza me ebullía con tantas preguntas acechándome. Sin embargo, no dudé en tomar su cuerpo inconsciente en brazos. Si de verdad era una infiltrada, no le dejaría acusarme de violar los derechos de los empleados.
—Prepara mi auto —estipulé antes de empezar a caminar.
—¿Señor? —mi secretaria parecía confundida—. Si lo ven con la muchacha…
—Mi auto, ahora, Maritza —espeté secamente antes de salir de la sala de reuniones.
Todo el que me veía pasar con la empleada en brazos murmuraba, pero en aquel momento me dio igual. Yo era Apolo Galanir, paga el sueldo de todos ellos y no les debía explicación a ninguno. Además sabían que si alguien se atrevía a correr algún rumor sobre mí, estarían de patitas en la calles y jamás en su vida volverían a conseguir un trabajo mínimamente decente.
El camino al centro de salud se me hizo eterno, pero no tanto como la espera en el salón privado a que algún doctor me diera un diagnóstico. Ni siquiera sabía por qué me preocupaba tanto. Odiaba a esa mujer, la hudiría hasta volverla papilla por tratar de arruinarme.
—¿Ya tienes sus datos? —pregunté a mi secretaria, enfocándome en lo importante. Un mes buscando a esa condenada y resultaba que la tenía bajo mi propio techo.
—Sofía Wilson, veintitrés años. Trabaja en Galanis International Group desde hace cuatro meses como parte del equipo e limpiadoras. Le he enviado el informe completo por e –mail —añadió y no dudé en buscarlo e inmediato—. ¿No cree que deberíamos avisar a su familia de que está hospitalizada?
—Esperemos a que O’ Connor salga y me dé su diagnóstico. Necesito hablar con esa arpía cuanto antes.
Me dio tiempo procesar toda la información antes de que el médico apareciera.
—Se desmayó producto del agotamiento físico —me informó—. La señorita está embarazada.
Abrí la boca de par en par, fruncí el ceño y luego… me paralicé como un idiota. No podía ser que…
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—¿Cuánto tiempo tiene? —pregunté de pronto.
—Es muy reciente, de tres a cuatro semanas —me senté de golpe sobre una silla al escuchar su respuesta—. ¿Por qué la pregunta? ¿Acaso eres el padre del bebé, Apolo?
No respondí, pero supuse que mi cara lo decía todo, porque el doctor se quedó patidifuso.
—Enhorabuena, compañero —se burló—. Esta sí las has liado parda.
—¡Cierra el hocico, O’ Connor! —espeté tan pasmado como alterado.
No podía ser. Aquello no podía estarme sucediendo a mí. ¿Cómo había podido caer redondito en la trampa de esa… esa… ¡arpía!?
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—Señor…
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