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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 147

Belén estaba de espaldas a la puerta del reservado del que salieron Fabián y Edgar, así que no los vio.

Ismael tampoco se percató de su presencia. Simplemente, la había atraído hacia él con descaro, recorriéndola con la mirada, con una lujuria evidente en sus ojos.

Aunque despreciaba a Belén, no podía negar que tenía un cuerpo espectacular. El vestido ajustado que llevaba hoy realzaba sus curvas de una manera que, a su pesar, lo excitaba.

Belén forcejeaba para liberarse, pero él apretaba más fuerte. Aun así, ella tiró con todas sus fuerzas, sin importarle si se hacía daño.

Ismael, aunque fuerte, no estaba usando toda su potencia, así que, para su sorpresa, Belén logró zafarse.

Sin embargo, al liberarse, el impulso la hizo tambalearse hacia atrás. Antes de que pudiera pensar si iba a caer, unos brazos firmes la sostuvieron, absorbiendo la fuerza de su retroceso.

Cuando se enderezó, murmuró un "gracias" por inercia.

Pero al levantar la vista, se encontró con el rostro de Fabián.

Tenía una expresión seria, con los rasgos afilados y la mandíbula tensa. Sus ojos oscuros y profundos la miraban con una intensidad indescifrable. La observaba desde arriba, con el ceño ligeramente fruncido, como si se preguntara qué diablos hacía ella allí.

Belén adivinó lo que pensaba: "¿Me habrá seguido hasta aquí?". No sería la primera vez.

Edgar, a su lado, tenía una expresión de ira contenida, a punto de decir algo. Pero en ese momento, Alejandra apareció.

—Ismael, Belén, aquí estaban.

Se acercó y, como si fuera lo más natural del mundo, se colgó del brazo de Ismael. Al instante, notó la tensión en el ambiente. Miró a Belén y luego a Fabián.

Aunque no sabía qué había pasado, su intuición le dijo que Belén e Ismael habían vuelto a tener un altercado. La situación era complicada, con Fabián presente, así que decidió no preguntar.

El insulto no la afectó. En cambio, su atención se centró en la reacción de Fabián. Lo miró, pero él seguía con la cabeza gacha, tecleando en su celular, como si no hubiera oído nada. Seguramente estaba escribiéndole a Frida.

Era evidente que las ofensas de Edgar hacia ella le importaban un bledo. Probablemente, en su mente, cualquiera de sus amigos tenía derecho a pisotearla. Qué diferencia con el trato que le daban a Frida, a quien todos se dirigían con un respeto reverencial.

Al pensar en ello, una risa amarga se le escapó. Pero frente a sus insultos y su desprecio, Belén sabía que tenía que defenderse sola.

Levantó la barbilla y, con el mismo tono despectivo de Edgar, le replicó:

—Hablas de mí, pero ¿tú eres mejor?

—Por supuesto que sí —dijo Edgar, alargando las palabras—. Yo no ando con varios a la vez.

—Mira quién habla —replicó Belén con indiferencia—. El burro hablando de orejas.

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