Antes de que Belén pudiera reaccionar, Edgar arrastró una silla y se sentó junto a Hugo.
—Seguro no lo sabes, pero hace apenas una hora, Belén ya estaba cenando con otro hombre.
La indirecta era clara: quería hacerle saber a Hugo que Belén era una mujer de dudosa reputación.
Normalmente, un hombre se plantearía la reputación de Belén al oír algo así, pero Hugo simplemente le sonrió a Edgar.
—Belén es una mujer libre, no tengo derecho a meterme en con quién cena. Mientras a ella le parezca bien, puede hacer lo que quiera. Ni yo, ni nadie, puede controlarla.
Para Hugo, su relación con Belén no había llegado al punto de poder opinar sobre su vida privada. Además, confiaba en que era una mujer íntegra y que se respetaba a sí misma.
La respuesta de Hugo descolocó a Edgar, que endureció el semblante.
—Hay tantas mujeres en el mundo, ¿de verdad tienes que arrastrarte por esta?
—No es algo que deba preocuparte —respondió Hugo con calma.
—Dime qué tipo de mujer te gusta y te la presento —insistió Edgar—. Tengo muchísimos contactos, de todo tipo, lo que se te ocurra.
—Te agradezco la oferta, pero no me hace falta. Mejor guárdatelas para ti.
Al ver que Hugo defendía a Belén a capa y espada, Edgar se molestó y bajó la voz.
—El genio que una vez revolucionó el mundo de la medicina, ahora desempleado. Intentas resurgir estudiando, pero al final, todo depende de una sola palabra mía. ¿Qué se siente, doctor Hugo?
Hugo lo miró con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Se siente bastante bien. Es como una jubilación anticipada, la vida es muy entretenida.
—¡Solo a los perros les gustan las sobras de otros! —exclamó Edgar, cada vez más furioso—. No te rebajes al nivel de un animal, doctor Hugo.
—Esa frase también te queda bastante bien a ti —replicó Hugo, todavía sonriendo.
Edgar captó la indirecta; lo estaba llamando animal.
—Hugo, tú…
Belén ya no pudo más. Miró a Edgar con frialdad y le espetó:
Sin importarle la reacción de Fabián, se fue con Hugo.
Fabián se quedó en silencio, pero su humor se había agriado visiblemente.
Edgar, al oír lo que Belén le había dicho a Fabián, quiso salir tras ella, furioso, pero Frida lo detuvo.
—Edgar, no vayas. Siéntate.
Como era Frida quien se lo pedía, Edgar cedió a regañadientes.
—Está bien.
Una vez sentado, Frida le pasó el menú.
—Edgar, pide tú.
—Claro —dijo él, tomando la carta.
Frida se volvió hacia Fabián. Al verlo cabizbajo y en silencio, supo que las palabras de Belén lo habían afectado.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....