Belén fue la última en llegar a la mansión Soler.
Cuando entró en la sala, Leandro y Dolores estaban sentados en el sofá.
Por su actitud, parecía que la estaban esperando.
Al entrar, Belén los saludó con timidez.
—Hermano, cuñada.
Leandro se giró y la fulminó con la mirada.
—Ven aquí, tengo que preguntarte algo.
Su tono era hostil, y Belén supo que no era nada bueno.
Desde pequeña, siempre le había tenido miedo a Leandro.
Aunque sabía que en el fondo su hermano la quería, no podía evitar sentir ese temor, una especie de respeto impuesto por la sangre.
Belén se acercó y se quedó de pie frente a ellos. Dolores intentó invitarla a sentarse, pero Leandro se le adelantó.
—¿Todavía no has arreglado lo del divorcio?
—Todavía estoy esperando a que Fabián firme —respondió Belén.
Leandro frunció el ceño.
—¿No quiere firmar? ¿O hay algún problema con la repartición de bienes?
La verdad era que Belén tampoco sabía por qué Fabián se estaba demorando tanto.
Negó con la cabeza.
—No lo sé. Todavía no hemos hablado de eso.
El rostro de Leandro se endureció.
—Si ya tomaste la decisión de divorciarte, no le des más vueltas —dijo con frialdad.
Belén se dio cuenta de que Leandro estaba molesto por la aparición de Fabián esa noche.
—Hermano, en cuanto suba le voy a llamar. Hablaré seriamente con él sobre el divorcio —dijo con voz suave.
—De acuerdo —asintió Leandro—. Sube a tu cuarto.
Belén miró a Leandro y luego a Dolores.
—Hermano, cuñada, buenas noches.
Dicho esto, subió las escaleras.
La insistencia de Leandro sobre el divorcio borró de su mente las palabras que Tobías le había susurrado al oído.



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Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....