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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 10

Estefanía sostenía el celular con fuerza, mientras en su mente solo había un pensamiento: por fin pudo respirar tranquila. Temía que él revisara su celular y, si llegaba a ver su correo, ¿qué haría si encontraba el mensaje del examen de inglés?

Si solo fuera ese el problema…

Pensó un instante y, a decir verdad, ya no quería enojarse más.

Solo deseaba alejarse, irse lo más lejos posible.

Ese deseo, al verlo otra vez frente a ella, se hizo aún más intenso.

Él, al notar su silencio, creyó que seguía molesta. Soltó un suspiro y dijo:

—Estefanía, ¿no eras tú la madura de la casa? ¿Por qué ahora, solo por esto, ni siquiera quieres regresar?

Estefanía juraba que en serio no pensaba discutir más por esas cosas, pero, ¿cómo evitar explotar con ese comentario? Ni la santa paciencia aguantaría.

—O sea, ¿todavía resulta que lo de ayer fue mi culpa? ¿Fui yo la inmadura? ¿Tenía que entrar y aplaudirle a Gregorio? ¿Decirle “¡Qué bien lo haces, igualito que tú!”? —le soltó sin poder aguantarse.

La incomodidad se reflejó de inmediato en la cara de Benicio.

—No es eso, lo que quise decir es que no tienes que hacer caso de lo que otros digan, no te claves con lo que dicen los demás…

—¡Yo no puedo controlarlo, pero tú sí! —le contestó, mirándolo directo—. ¿Y qué hacías tú en ese momento, eh? Tú y tu Cris, abrazados y muertos de risa.

—¡Estefanía! —la interrumpió, su cara cambió y por primera vez mostró verdadero enojo.

Estefanía lo entendió de inmediato.

El nombre “Cris” era como pisar un terreno prohibido, su punto débil.

Ya no había más que decir.

Abrazó su bolso y pasó junto a él, avanzando decidida.

Pero él alargó el brazo y la detuvo, rodeándole la cintura.

—Perdóname, Estefanía, no estuve bien, alcé la voz —murmuró, bajando el tono—. No quiero que pienses mal de Cris, solo somos amigos, igual que con los demás. Yo la veo como a un hermano, todavía ni se casa. Si hablas así de ella, le haces daño.

Estefanía no podía entenderlo, ¿no eran ellos quienes se comportaban de esa forma? Cristina recargada sobre él, sin el menor pudor, ¿y aun así temían que se hablara?

Benicio pidió la comida.

Cuando trajeron los platillos, él le pasó el tenedor, usando su tono más amable:

—Estefanía, come, pedí lo que más te gusta.

Estefanía miró los platos. Todos tenían chile.

Tuvo que aguantarse una risa amarga.

Él ni siquiera sabía que ella no podía comer picante. En casa, todas las cenas llevaban chile solo porque a él le encantaba.

—Benicio, no tengo hambre —dijo, dejando el tenedor sin tocar—. Tengo que decirte algo.

—¿Qué cosa? —él esbozó una leve sonrisa—. Si quieres ir a algún lado, te acompaño. Hoy tengo todo el día, en la tarde vamos a pasear, y en la noche cenamos en casa con los papás.

Ella lo miró fijamente, viendo esa sonrisa tan tenue que apenas se notaba, mientras pensaba en lo que estaba a punto de decirle. Por dentro, sentía un nudo de tristeza que le rasgaba el pecho.

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