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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 112

—¡No, eso sí que no se puede!—

Estefanía se defendió con todo lo que tenía. Su única “arma” eficaz, al final, resultó ser sus propios dientes.

Cuando le mordió el hombro con todas sus fuerzas, por fin sintió que él aflojaba el agarre. Aprovechó para darse la vuelta con ímpetu; la cama era tan pequeña que Benicio terminó cayendo directo al piso.

—¡Pum!— El golpe sonó fuerte.

Estefanía jadeaba, sentada en la cama, mirando a Benicio, que seguía sentado en el suelo, observándola con una expresión extraña, una que ella no lograba descifrar.

Todavía sentía el corazón acelerado. Se bajó de la cama, decidida a irse a dormir con su abuela.

Apenas tocó el suelo, él la sujetó de inmediato. Sus ojos destilaban algo entre enojo y amenaza.

—¿A dónde crees que vas?— Su voz sonó rasposa.

Estefanía forcejeó como pudo.

¿A dónde más podría ir? ¿Acaso seguía pensando que ella se atrevería a quedarse ahí?

El ritmo de su respiración fue calmándose de a poco.

—Ya estuvo, no te voy a hacer nada— dijo él, bajando el tono.

Al ver que ella seguía tensa, respiró hondo.

—Te doy mi palabra.

En ese momento, se escucharon ruidos afuera. Era la abuela, que se había despertado y preguntaba desde el pasillo:

—Fani, ¿todo bien?

—Abuelita, sí, no pasa nada, me caí de la cama— contestó Benicio antes que ella, rápido—. Es que está muy chiquita la cama.

—Si quieres… Fani, ¿por qué no vienes a dormir conmigo?— sugirió la abuelita desde fuera.

Estefanía entendió: su abuela estaba preocupada.

Quería salir a dormir con ella, pero Benicio la seguía sujetando y le lanzó una mirada de advertencia.

Tras unos segundos de tensión, él bajó la voz:

—Te dije que no voy a tocarte. No soy de esos que se arrastran ni se ponen necios.

Sabía que Benicio era orgulloso.

—Tengo que hablar contigo— agregó.

Pero en ese momento, Estefanía no quería escucharle ni una sola palabra.

—Solo quiero dormir, sin que nadie diga nada ni haga nada— puso como condición.

Benicio se quedó callado.

Mientras duró el silencio, ella no supo qué pasaba por la cabeza de él, pero finalmente él asintió.

—Está bien— dijo, soltándola.

Estefanía abrió la puerta y dejó que la abuela viera que todo estaba bien.

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