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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 114

En ese momento, a Estefanía le llegó un mensaje, era del doctor Torres.

El doctor Torres le avisaba que hubo un cambio en su agenda de consultas a domicilio y que por la tarde no podría ir a su casa para la acupuntura. Sin embargo, le dijo que por la mañana estaría atendiendo pacientes en la clínica, y que si tenía tiempo, fuera antes del mediodía para su sesión.

No le quedó de otra a Estefanía más que apurarse, agarrar sus cosas y salir rumbo a la clínica.

Su abuela quiso acompañarla, pero ella no la dejó. El trayecto en carro era largo, además al llegar tenía que esperar su turno, y poner a la abuela a pasar por ese desgaste no le parecía justo. Mejor que la abuelita descansara en casa.

Aunque la clínica quedaba en las afueras, era sencillo pedir un carro y llegar sin problema. La abuela la acompañó hasta que se subió, y solo se tranquilizó después de verificar que el destino era directo a la clínica.

Al llegar, Estefanía siguió las instrucciones de la enfermera para formarse y esperar su turno.

La clínica era bastante nueva. Si no fuera porque el famoso médico de Nube de Sal se la había recomendado, jamás se habría enterado de su existencia, y eso que ella había vivido en Puerto Maristes toda su vida.

Pero en poco tiempo la clínica se había hecho de renombre entre algunos círculos. Todos los días llegaba mucha gente buscando consulta, y justo ese día, el área de espera estaba llena; ni una silla libre. Lo curioso era que ahí no hacían distinciones: daba igual si traías dinero o no, todos tenían que esperar su turno sentados en la sala.

—Por favor, siéntese aquí un momento —le indicó la enfermera—. El consultorio del doctor Torres está por allá, en cuanto sea su turno, alguien vendrá a llamarla.

—Gracias —dijo Estefanía, acostumbrada ya al proceso porque no era la primera vez que iba.

Había varios médicos en esa clínica, de hecho en la entrada tenían un panel con fotos y especialidades, al menos siete u ocho. Cada quien se dedicaba a un área diferente.

Estefanía se sentó y sacó su celular para leer un rato, pero de repente, reconoció una voz familiar.

Entre la gente, logró ver a Benicio.

Benicio iba acompañado de Cristina. Salían juntos del consultorio de enfrente, el que atendía temas de ginecología y embarazo.

Así que sí, Benicio había traído a Cristina a consulta. ¿Será que ya no la iba a presionar para tener hijos?

La enfermera los llevó a recoger su medicina. Como era medicina tradicional, les preguntó si preferían que se las prepararan ahí mismo o si la llevaban a casa para prepararla ellos.

Benicio eligió que se la prepararan ahí. Podía recogerla después o pedir que se la enviaran. Benicio optó por el envío y, al escribir la dirección, puso la de la oficina.

En realidad, Estefanía no habría tenido idea de qué dirección puso, estaba demasiado lejos para verlo.

Pero Cristina, con esa voz suavecita y mimosa, preguntó:

—¿Por qué pones la oficina?

Benicio dejó la pluma, serio, y contestó:

—Tiene que llegar a la oficina. Pon mi número personal, yo la recibo. Quiero estar seguro de que la tomas. Si te encargo a ti que la tomes sola, seguro te vas a saltar días.

Cristina frunció los labios y le hizo un pequeño puchero de reclamo, coqueta.

De verdad, Benicio parecía de esos jefes mandones de novela.

Y para colmo, ahora hasta recibía paquetes en persona…

Estefanía recordó que una vez, cuando de pronto bajó la temperatura, se preocupó porque Benicio no tenía ropa abrigadora. Pensó en llevársela, pero le daba pena ir a la oficina, y justo ese día Elvira no podía ayudarle. Así que pensó en mandar a alguien por encargo.

Aun así, no se atrevió a decidirlo sola, así que le llamó para preguntarle si estaba bien mandar la ropa con un servicio y dejar su número… o…

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