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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 115

Estefanía apenas contestó y del otro lado estalló una voz furiosa:

—¿Estefanía, de verdad llamaste a la policía? ¿Por qué lo hiciste?

¿Al fin los habían localizado?

La voz del otro lado era como un trueno, pero Estefanía se mantuvo serena, como si nada de esto pudiera sacudirla.

—Estefanía, le toca pasar —la llamó la enfermera desde la puerta.

Ella sonrió apenas, cortó la llamada y asintió.

—Gracias.

Apenas guardó el celular, volvió a sonar con insistencia. Esta vez, decidió ignorarlo y entró al consultorio.

Durante el tratamiento, el aparato siguió vibrando sin descanso, como si quisiera perforarle el silencio.

—¿Tu teléfono? ¿Quieres contestar? —preguntó el doctor Torres con curiosidad.

Estefanía negó con la cabeza, exhalando hondo.

—Déjalo, seguro es un número desconocido. No me interesa.

Y sí, era justo eso: insistencia tras insistencia, pero nunca una voz que realmente importara. Finalmente, el teléfono se rindió y el silencio regresó.

Cuando el doctor Torres terminó con las agujas y le retiró el último vendaje, le preguntó:

—¿Ya fuiste a ginecología?

Estefanía entendió al instante. Benicio seguramente le había preguntado por el área de ginecología y el doctor Torres creyó que era para ella. Seguro que hoy no se había movido del consultorio y por eso no sabía quién había venido exactamente.

Ella sonrió, restándole importancia.

—No, prefiero no hacerlo.

No necesitaba exponer sus heridas ante todo el mundo.

El doctor Torres asintió comprensivo.

—A decir verdad, si los dos no tienen ningún problema, pueden tomárselo con calma. Son jóvenes.

La enfermera se le quedó viendo sorprendida.

—Eres la primera que logra completar toda la rutina. Pero debiste sufrir un montón, ¿verdad? Mira nada más, hasta la ropa te quedó empapada.

Estefanía sentía el sudor pegándole la ropa al cuerpo, igual que si se hubiera sumergido en una piscina. Apenas pudo negar con la cabeza. Solo quería sentarse un poco a descansar. Las piernas le temblaban tanto que ni fuerzas tenía para moverse.

—Descansa un rato, y si luego quieres cambiarte, solo toca el timbre y yo te ayudo —le dijo la enfermera antes de marcharse.

Estefanía asintió, jadeando, y dejó caer el cuerpo sobre la banca. Pero en cuanto intentó acomodarse, se le fueron las fuerzas y terminó en el suelo.

Intentó ponerse de pie, volver a la banca, pero las piernas no le respondían. Apoyó las manos en la orilla, pero apenas las puso, empezaron a temblar.

Soltó una risa cansada. Ni modo, aquí en el piso también se podía descansar.

Cerró los ojos y dejó que todo su cuerpo se aflojara, esperando que la energía regresara poco a poco.

De repente, se escuchó un portazo y alguien entró apresurado, todavía con el enojo pegado a la piel.

—¿Por qué no contestas el teléfono, Estefanía? ¿Acaso no ves que estoy llamando?

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