El bolso de Estefanía seguía guardado en el casillero. Ni siquiera sabía si él había vuelto a llamarla después. Y, para ser franca, aunque lo supiera, tampoco le habría contestado.
Él estaba hecho un lío.
Estefanía había conocido a Benicio cuando tenía quince años, y desde entonces solo existía una razón para verlo tan perdido.
Ni cuando su familia intentó comprarlo a punta de billetes, ni cuando rompió lazos con todos ellos, Benicio perdió la calma: se mostró siempre imperturbable, como si nada pudiera afectarlo. Incluso cuando falleció su abuela, el dolor lo carcomía por dentro, pero solo le comunicó a Estefanía con un aire distante: —Mi abuela ya se fue.
Solo Cristina.
Solo Cristina era capaz de hacerlo tambalear, de descomponerlo por completo.
Cuando Cristina se marchó hace cinco años, Benicio se vino abajo: se la pasaba borracho, sin rumbo, día tras día.
Y ahora, cinco años después, la policía había ido a buscar a Cristina, y Benicio regresaba a ese mismo estado de furia destructiva, al borde de perder el control.
Estefanía estaba sentada en el suelo, observando cómo él se le acercaba con pasos duros.
De un jalón la levantó y la arrojó sin miramientos sobre la silla.
Su espalda chocó contra el respaldo. El dolor le recorrió cada fibra, pero apretó los dientes, negándose a ceder ni un quejido.
—¿Por qué no contestaste mis llamadas? ¿Sabías que la policía está investigando el incendio? —gritó él, fuera de sí.
Ella mantuvo la mirada fija al frente. Lo único que alcanzaba a ver era su cintura, y ese cinturón de edición limitada que ella misma le había elegido, el que combinaba con todos sus pantalones, el que tanto le gustaba.
Sin apartar los ojos del logo, respondió con serenidad:
—Claro que sé. Yo fui quien llamó a la policía, ¿cómo no iba a saberlo?
—Tú... —él temblaba de rabia, señalándola con el dedo—. ¿Por qué denunciaste? Cris ya admitió que se equivocó, estamos dispuestos a compensarte, a darte lo que sea que pidas, ¿por qué tuviste que denunciar?
—¿“Estamos”? —Estefanía soltó una risa amarga—. ¿Quiénes son “nosotros”? ¿Tú y quién más?
Benicio titubeó, pero enseguida recuperó el aplomo:
—Cris y yo.
Eso la hizo reír aún más. Le salió una risa que no podía controlar, una risa que le llenó los ojos de lágrimas.
Benicio, al ver su reacción, se enfureció todavía más:
—¿Ya terminaste de reírte?
—Todavía no —replicó ella, con una sonrisa triste—. Me río de mí misma, ¿sabes? Tienes razón, ustedes, ustedes son los que están de acuerdo, los que se entienden. Yo, que se supone que soy tu esposa, soy la extraña aquí. Así que, ¿la esposa tiene que dejarse quemar viva y la culpa sigue siendo de la esposa, verdad? Siempre soy yo la que está mal. No debí salvarte, ni aceptar casarme contigo, ni seguir en tu vida cuando Cristina regresó, ni siquiera debí resistir cuando el fuego casi me mata. ¿No es así? ¿Habría sido mejor que me hubiera muerto, así ustedes podrían estar juntos de una vez, verdad?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...